Críticas
3,0
Entretenida
Wrong Cops

Quentin Dupieux

por Gonzalo de Pedro

El sentido del sinsentido. Quentin Dupieux apareció en Cannes, en el año 2010, con una película genial que forzaba, hasta dinamitarlas, las convenciones dramáticas del cine. O dicho de otra forma: que convertía la narración cinematográfica, los códigos genéricos, el humor y la psicología de los personajes, en un canto al sinsentido, en una loa al absurdo, en una exploración del cine como arte capaz de todo. Rubber (2010) contaba, ni más ni menos, la historia de un neumático asesino, capaz de hacer volar las cabezas de aquellos que se cruzaran en su camino con algo similar a unos poderes mentales. Tres años después de aquello, y tras haber dirigido otra película de similar título, y tono mucho más amargo, aunque igualmente surreal, Wrong (2012), Dupieux vuelve con Wrong Cops, la extensión de un cortometraje del mismo nombre, dirigido también por él, en la que narra las andanzas de un grupo de policías perturbados, psicópatas, ladrones, traficantes o sociópatas obsesionados con el sexo. Una galería de personajes desagradables con los que Dupieux, dejando de lado la reflexión metacinematográfica, trabaja la paradoja como motor del absurdo: aquellos que deberían protegernos son, en realidad, los auténticos delirantes, los verdaderos psicópatas.

Mezclando estética de la serie B con claras referencias a su pasado como compositor musical (antes de lanzarse al mundo del cine, Dupieux se labró una fructífera carrera como músico de electrónica bajo el nombre de Mr. Oizo), Wrong Cops es algo así como una colección de secuencias en aparente desorden que terminan por retratar un malestar profundo, un río de mierda y amoralidad social con una permanente mueca entre la sonrisa y el desagrado. Policías deformes que buscan consuelo en la música electrónica, maridos modélicos con un pasado de actores porno-gay, moribundos preocupados por el gasto de agua, u obsesos freaks que detienen a mujeres para obligarles a enseñarles los pechos.

Trabajando con escenarios de la norteamérica suburvial, Dupieux convierte los tranquilos barrios de clase media, los hijos bastardos de Mad Men, en un nido de putrefacción maloliente, una fuente de situaciones a medio camino entre el absurdo y el esperpento, entre la broma y la despiadada crítica social. Vistas en perspectiva, todas las películas de Dupieux van formando un retrato nada cómodo de una sociedad consumista e hipócrita, retrato que camina entre lo amargo y lo delirante, pero siempre con una libertad admirable.

Lo mejor: la extraña sonrisa incómoda, y desangelada.

Lo peor: la sensación de cierta repetición, de loop, en la estructura de la película