Críticas
3,0
Entretenida
Her

Mi novia es una computadora (de ultimísima generación)

por Alejandro G.Calvo

En el último largometraje de Spike Jonze conviven dos películas de compleja mixtura. Por un lado está el relato fanta-científico, bien integrado tanto como contexto -ese futuro próximo dominado por la autocracia digital computerizada- como génesis del relato: un hombre (Joaquin Phoenix) se enamora de una inteligencia artificial capaz de desarrollar emociones y actitudes exactas a las de un ser humano y a la vez ser plenamente consciente de su propia entidad como sistema operativo. Por otro lado está la historia de amor que funciona como motor principal de la obra, al fin y al cabo esta es una película exacerbadamente romántica, donde se trata de recrear un divertido paralelismo respecto a cualquier otra relación amorosa, digamos, más común, viniendo a probar tanto la imperfección del ser humano como esa tendencia circular que nos lleva a caer en los mismos errores, ya sea tu pareja una persona o un conjunto de unos y ceros de lo más avanzado.

Lo más interesante, sin duda, de Her radica en esa apetencia de Jonze en retratar lo absurdo que puede resultar tanto el intelecto como el carácter humano, especialmente, si se pone en frente de un ente mucho más avanzado, como acaba resultando la propia evolución de Samantha -así se llama el S.O.-. En ese baile que va del pintoresco romance entre dos seres que pertenecen a mundos físicos ajenos a la pesadilla ultratecnológica que conlleva una sociedad sometida a los poderes de un otro intangible, es cuando Her se descubre como una película ciertamente importante. La duda radica en si dicho alambicado discurso es capaz de sostener las grandes cantidades de melaza sentimental encuadradas en planos de ínfula etérea con los que Jonze se empeña en retratar la historia. Por eso es tan fácil sentir un amor irrevocable por esa voz que parece desentrañar el patetismo de la conducta humana como quien disecciona un cadáver con un bisturí, y por eso también resulta tan reprobable todos esos continuos flash-backs de la “mejor vida” que llevaba el protagonista junto a su ex mujer (la sombra de Malick sigue distorsionándose) o las secuencias destinadas a conmover al espectador de un naïf fácilmente condenable (ukelele en mano).

Dicha irregularidad acaba por lograr que la película fascine tanto como cabree. Por un lado uno puede deleitarse con esos largos diálogos sostenidos en el vacío donde se exploran los porqués del ser humano con una sinceridad encomiable -hay algo de Eric Rohmer en esa indagación verborreica del funcionamiento de las relaciones de pareja-, por otro el también guionista Jonze trata de imponer frases lapidarias de corte pseudo-filosófico que, por sonrojantes, no desencajarían en El diario de Noah. Dando como resultado un cocktail molotov hecho con mucho cariño pero con escasas dosis alquimistas, por lo que a unos espectadores les resultará pirotécnico mientras que a otros directamente les estallará en la cara.

A favor: El encuadre fantástico de la obra. Imposible no fascinarse con ese mundo proto-tecnológico.

En contra: Hay trazo grueso. Aunque sólo sea porque todos los hombres son tirando feos y las mujeres son Rooney Mara, Olivia Wilde, Amy Adams y (de cuerpo no presente) Scarlett Johansson.