La familia, bien, gracias
por Alejandro G.CalvoLuc Besson regresa a la primera línea cinematográfica tras su periplo con el cine de animación infantil –llegó a realizar cuatro películas sobre su creación literaria "Arthur y los Minimoys"- con esta 'Malavita', un cruce divertido y violento de las películas que satirizan el modus vivendi de los gángsters pasados de rosca –más cerca del díptico 'Una terapia peligrosa' que de la ya intocable serie televisiva 'Los Soprano'- con ese modelo de comedia suave europea que suele buscar en sus campos –ya sea la Toscana, el Peloponeso o, como es el caso, Normandía- un cierto impasse existencial en el que los protagonistas reconfiguran su vida a base de aprehender de los formas y costumbres de los aldeanos de turno. Besson, que lleva años haciendo negocio a base de cobrar royalties de producciones de distinta calaña y acento –su firma está detrás de las sagas 'Transporter', 'Taxi', 'Venganza' (ésta, sin acreditar, no me pregunten porqué)… -, siempre ha asegurado que él tenía la conciencia tranquila respecto a su aportación a la historia del cine, al fin y al cabo, él es el responsable de 'Nikita, dura de matar', 'El profesional (León)' y 'El quinto elemento' (son sus palabras, no las mías). De ahí que su retorno a la ficción con, primero, el biopic de la Premio Nobel de la Paz birmana Aung San Suu Kyi en 'The Lady' y, segundo, con esta 'Malavita', parece indicar que Besson ha vuelto a coger gusto a situarse detrás de la cámara. Bien por él.
'Malavita' arranca de la forma más cruda posible: un hitman que parece sacado de un cómic de "Dick Tracy" irrumpe en el hogar de una apacible familia –padre, madre, hijo, hija- y en lo que tarda en pestañear les ha metido una bala en la cabeza a cada uno de ellos. Besson, pues, no ha perdido un ápice su sentido macarrónico de la comedia: para él la violencia (cinematográfica) es algo sumamente divertido, normal que la familia protagonista de su película –misma formación que los fallecidos, de ahí el error del sicario-, tienda a solucionar todos y cada uno de sus problemas bien torturando, bien haciendo explotar, bien rompiendo huesos, bien asesinando a sangre fría y sin despeinarse. Una apuesta, sin duda, muy loca que, sin embargo, funciona a la perfección; al menos si eres de los que se troncha de risa con 'Los asesinatos de mamá' de John Waters, 'Turistas' de Ben Wheatley o cualquier película del Takashi Miike pre-hipotecado.
Como además de hiperviolento Besson es todo un fetichista, se permite el lujo de emparejar a Robert DeNiro con Michelle Pfeiffer –ambos a años luz de sus mejores trabajos y, sin embargo, qué perfecta química destilan aquí-, en los papeles de un gángster-soplón en protección de testigos y su deliciosamente excéntrica mujer –algo así como si el Johnny Boy de 'Malas Calles' se hubiera acabado casando con la Elvira Hancock de 'El precio del poder'-, a cargo de dos hijos que son el sueño de todo padre: una adolescente tan bella como sádica (Dianna Agron) y un joven maquiavélico y estafador, tan bueno en las finanzas de extraperlo como en la subrogación de secuaces (John D’Leo). La comedia surge entonces de forma natural: pon un elemento extraño en un ambiente común y, zas, las risas aparecen solas. El mejor chiste de la película (¿meta-chiste?) es, por otro lado, el enfrentar a Robert DeNiro a una proyección de 'Uno de los nuestros' mientras dice "It’s a fucking good movie". Qué quieren que les diga, a mí me ha hecho mucha gracia. Mitomanía, salvajismo y una adolescente que entrega sus bragas a su enamorado como metáfora de cesión de su virginidad. A veces dos más dos son cuarenta y ocho.
A favor: Compararla con 'Una terapia peligrosa'.
En contra: Compararla con 'El novato' (la de Marlon Brando, eh).