Críticas
4,5
Imprescindible
El Hombre de las mil caras

Confesiones de unas mentes peligrosas

por Marcos Gandía

“Ésta es una historia real, pero como todas las historias reales hay alguna mentira porque ésta es la historia de un mentiroso”. Así presenta el narrador la historia (un José Coronado piloto, acaso en homenaje no buscado al “Atrápame si puedes” de Spielberg) de Paesa, Roldán y una España que iba a ir despertando del sueño socialista cayendo de la cama con el GAL y otras luchas intestinas. En otro momento es el mismo Luís Roldán, ese fugitivo convertido en prisionero de Zenda al que un monumental Carlos Santos (el verdadero descubrimiento o confirmación del film) dota de una humanidad y complejidad inusitadamente profundas, el que vuelve a referirse a ese fin del sueño imposible cuando cita a su padre y a la pesimista idea de que, democracias o europeísmos, este país no cambiaría nunca porque, qué le vamos a hacer, somos españoles.

Es “El hombre de las mil caras” algo más que un modélico, frenético, entretenidísimo e inteligente thriller político y de espionaje cuyo patrón parece estar en los best sellers de John Le Carré o Frederick Forsyth (y el cine que generaron, por supuesto). Es la crónica de un desengaño y la reformulación de la literatura picaresca a la medida de la serie negra y/o de acción que parece haber sustituido a la comedia popular en los intereses de nuestra industria cinematográfica. Desengaño político y humano (sus personajes lo van perdiendo todo por culpa de una irresistible y genética necesidad de meter la pata y destruir) como prólogo de la asepsia actual ante tanto chanchullo, chorizo y tejemaneje en las primeras planas de los periódicos e informativos. A Alberto Rodríguez eso es lo que más le interesa y más le une con el resto de su apasionante filmografía, toque el género que toque: el ser humano sobrepasado por su fragilidad y por sus defectos, por su incapacidad para poder enderezar los pecados o errores propios o que se van arrastrando de padres a hijos o de generación a generación.

El hombre de las mil caras” es, además, un entretenimiento de primera, narrado con un frenético y clásico ritmo capaz de poner en la misma frase a un clásico artesano como Fred Zinnemann con un neoclásico como Steven Soderbergh (esa división del relato en capítulos, posmodernidad quevediana asimismo). Una galería de secundarios de primera (ese Emilio Gutiérrez Caba digno de los conspiranoicos films de Alan J. Pakula o de la saga Bourne) acompañan a los ya citados Coronado y Santos, y a un Eduard Fernández asombroso, magnífico, cuyos mejores momentos están no solamente en su circo de cuatro o cinco pistas en aeropuertos, sino en las escenas con su esposa y en la simbología de un cuadro ¿falso?

A favor: la extraordinaria creación que Carlos Santos hace de Luis Roldán.

En contra: alguna peluca y postizo mejorable.