Teatro del absurdo
por Carlos LosillaEn Reservoir Dogs, su primer largometraje, Quentin Tarantino sustituyó una escena que debía describir un atraco por una elipsis fulgurante. Así, el resto de la película quedaba reducida a unos cuantos diálogos ingeniosos y algún que otro momento de violencia exacerbada, una manera como cualquier otra de reconstruir la estructura clásica del thriller. En El encargo, la primera película como director de David Grovic, al prólogo en el que Dragna (Robert De Niro), mezcla de mafioso despiadado y filósofo sutil,comunica su misión a Jack (John Cusack), delincuente de poca monta, también le sigue un agujero narrativo tras el cual empieza la acción propiamente dicha. En el exiguo decorado de un motel y sus alrededores, hechos de carreteras lúgubres y siniestros territorios boscosos, Jack y Rivka (Rebecca Da Costa), una belleza melancólica que dice ser prostituta, deberán enfrentarse a una serie de estrafalarios personajes entre los que se cuentan un recepcionista sibilino (CrispinGlover, sublime), un enano serbio-rumano (sic), un tuerto explosivo y un oficial de policía insidioso y feroz (Mike Mayhall, también espléndido). A medio camino entre la farsa teatral y el ejercicio de suspense, El encargo se construye como un enigma que finalmente solo consta de una pregunta angustiosa: ¿qué hay en la bolsa que Jack guarda bajo la cama de su habitación por orden de Dragna?
Pero eso es solo un macguffin, como diría Hitchcock, por mucho que tenga su importancia. Pues lo que acaba prevaleciendo es el modo en que Grovic desovilla la trama, hecha de episodios a veces absurdos, a veces cómicos, a veces escalofriantes. Su película es más bien fragmentaria, desigual, irregular y en ocasiones hasta irritante, pero también está hecha de un material único y sorprendente. De súbito, una conversación puede convertirse en un duelo verbal a ritmo trepidante, del mismo modo en que la tensión se resuelve a veces en momentos de violencia restallantes, brutales. En este sentido, El encargo parte de cierta tradición del teatro americano (un guión escrito, sorpresa, por el actor James Russo) y se expande en viñetas sórdidas, discontinuas, claustrofóbicas, cuyo clímax se cierra sobre sí mismo para que todo vuelva a empezar en la escena siguiente. Momentos como el del enfrentamiento entre los protagonistas y el oficial de policía del pueblo, o aquel en el que reaparece De Niro tras haberse ausentado de la trama durante toda la parte central, deben contarse entre los más electrizantes del género en los últimos años, dignos de un cruce inusitado entre los hermanos Coen de Sangre Fácil, el William Friedkin de KillerJoe y el David Lynch de Carretera Perdida.
Pero Grovic carece del empuje necesario para mantener este insólito espectáculo al ritmo que siempre precisa. Por momentos lo grotesco deviene banal, y la osadía que piden algunas escenas se queda a medio gas. En la segunda parte, todo se hace a la vez intenso y desgarbado, como si el conjunto no supiera adónde ir. Por un lado, la metáfora existencial cobra impulso gracias al personaje de DeNiro, sin duda enel más inquietante de sus últimos papeles: la vida siempre gira alrededor de un vacío al que solo nosotros concedemos importancia. Por otro, el epílogo disuelve todo lo anterior en una resolución blanda y acomodaticia, como si la luz del día viniera a romper ese ambiente de pesadilla en el que se ha desarrollado toda la película. El encargo es una película inteligente y desafiante, como cortada a hachazos y sin ningún tipo de contemplaciones, pero a la que le falta ese toque de salvaje sofisticación capaz de convertir este tipo de ficciones en algo más que una propuesta atrevida.
A favor: los actores, el clima, el modo en que todo gira alrededor de una pavorosa visión de la nada existencial.
En contra: los paños calientes que acaban aplicándose a todo eso.