Críticas
4,0
Muy buena
Buscando a Dory

Parque de atracciones

por Alejandro G.Calvo

Andrew Stanton es el cuarto vértice del cuadrado perfecto de Pixar que completarían John Lasseter, Pete Docter y Brad Bird. Autor de dos cortos deliciosos (están colgados en YouTube): A Story (1987) y Somewhere in the Artic (1988), coguionista de la trilogía Toy Story (1995) y firmante de las magistrales Bichos, una aventura en miniatura (1998), Monstruos, S.A. (2001) –una de las cumbres de la compañía-, Buscando a Nemo (2003) y WALL-E (2008), tiene además una habitación amueblada en nuestro corazón gracias a la infravalorada John Carter (2012), una de las mejores space operas del Siglo XXI que casi nadie quiso entender a su estreno (y eso que le daba sopas con honda a Avatar (2009)). A Stanton debió dolerle el trompazo (artístico) de Monstruos University (2013) –el peor Pixar hasta la fecha- así que seguramente decidió ponerse a las riendas de la secuela de Nemo, no fuera que la operación secuela volviera a quedarse en agua de borrajas.

Dicho y hecho: Buscando a Dory es, desde ya, un nuevo hit de la compañía del Flexo animado. Si en la primera película se mezclaba la aventura homérica –un padre que trata de rescatar a su hijo atravesando el océano- con el film carcelario –la fuga del pequeño de la pecera en la que se haya atrapado-, la secuela es más un salto continuo de una atracción a otra a través de un acuario construido a modo de parque temático. Dory, el pez cirujano regal (o paleta de pintor, según dice la Wikipedia) que fuera clave del éxito del film primigenio, es ahora la protagonista. Sólo que no es que se pierda como tal (debido a su mala memoria se podría asegurar que está siempre perdida), sino que se lanza a la búsqueda de su familia de la que se separó (por su mala cabeza) cuando era sólo un niña-pez (absolutamente adorable). Imposible no picar, Dory estaría en el Top 5 de los mejores personajes de Pixar, probablemente, junto a Buzz Lightyear, Mike Wazowski, Wall-E e Ira; y es capaz de sostener la película por sí sola, incluso aunque el running gag de su pérdida de memoria funcione en loop continuo.

Como es habitual, el baño de plasticidad multicolor que sacude al espectador es absolutamente asombroso. Un baño de fantasía en el que uno se sumerge con una sonrisa en la boca y en regresión absoluta hacia una época donde la ingenuidad en la mirada era aún nuestro talón de AquilesBuscando a Dory es el cocktail perfecto para el verano: dos partes de aventura, dos de comicidad de altos vuelos y un buen chorro de epifanía emocional sujeta a un mensaje de amor incondicional hacia la familia y a los amigos. Estoy deseando ir a verla con mis hijos.

A favor: El pulpo Hank, entre Mortadelo y Mr. Fantástico, pero con tentáculos

En contra: ¡Pensaba que salía el tiburón Bruce!