Críticas
2,0
Pasable
Somos gente honrada

Trafica como puedas

por Mario Santiago

Poco a poco, la crisis económica y social que atraviesa España se ha ido infiltrando temáticamente en su cine: de forma superficial en 'Los amantes pasajeros', la comedia hedonista de Pedro Almodóvar; de manera terrorífica en 'Mercado de valores', el docu-ensayo de Mercedes Álvarez sobre el boom inmobiliario; y de forma indigesta en 'Ayer no termina nunca', el melodrama distópico de Isabel Coixet. Con la intención de sumarse a este conjunto de testimonios filmados de la crisis, 'Somos gente honrada' construye la que es probablemente la más ortodoxa de todas estas propuestas. Formulada como un calculado cóctel de comedia de enredo y drama familiar, la película retrata las peripecias de dos buenos amigos —un quiosquero y un promotor de la construcción, ambos en paro— que se encuentran una maleta llena de cocaína y deciden que la solución a sus males financieros es convertirse en narcotraficantes amateurs. La premisa parece apuntar hacia el territorio del esperpento; sin embargo, la férrea adhesión del film a un realismo domesticado —el crítico Ángel Quintana habla de un "realismo tímido"— impide conectarlo con nobles referentes locales como 'Atraco a las tres' o las mejores obras de Luis García Berlanga.

En 'Somos gente honrada', el debutante en el largometraje Alejandro Marzoa dirige con eficiencia televisiva un relato donde la desesperación colectiva (de todo un país) se explica en clave intimista y sentimental. Un viaje existencial protagonizado por dos amigos que transitan de la necesidad a la avaricia —como una versión desangelada de 'El tesoro de Sierra Madre'—, y donde la corrección, el temor a la verdadera trasgresión, terminan limitando profundamente el alcance de la propuesta. De hecho, el único momento en el que la película muerde con fuerza es cuando retrata la cotidianidad normalizada (afectuosa y familiar) de un gran narcotraficante gallego. El resto no va más allá de la gamberrada bienintencionada que se esfuerza una y otra vez por revelar su trasfondo humanista. 

Las limitaciones de 'Somos gente honrada' vuelven a evidenciarse cuando se la compara con una serie norteamericana con la que comparte premisa argumental: la del hombre común convertido en traficante de drogas. Me refiero, por supuesto, a 'Breaking Bad'. Algunas de las diferencias son evidentes, como la constancia de que Bryan Cranston (el crecido Walter White de la serie de la AMC) es un actor mucho más talentoso y carismático que Paco Tous. Otras apuntan al fondo, como la sensación de que allí donde 'Breaking Bad' investiga las posibilidades de la sátira, la narrativa novelesca y los arquetipos del noir, 'Somos gente honrada' se queda en una observación más bien superficial de las posibilidades de la fábula moral.

Así, a la espera de que otro director dé con la comedia definitiva sobre la crisis —algunos tenemos todas nuestras esperanzas puestas en 'Murieron por encima de sus posibilidades' de Isaki Lacuesta—, habrá que seguir contentándose con amables divertimentos destinados a sosegar nuestro descontento.

A favor: La visita de los protagonistas a la casa del narcotraficante.

En contra: La tendencia del film a solventar los conflictos dramáticos con altas dosis de sentimentalismo.