Críticas
3,0
Entretenida
Las Brujas de Zugarramurdi

Antropología del esperpento

por Alejandro G.Calvo

Lo dijo Alex de la Iglesia en la presentación de la película a la prensa madrileña: "aviso que esta película es muy loca… a un nivel antropológico"; y a fe cierta, que no mentía. Las brujas de Zugarramurdi, particularmente en su tramo final, es un aquelarre de tomo y lomo, capaz de contener algunos de los mejores momentos de la obra del cineasta vasco, como algunos exabruptos que, pese a lo hilarante que resultan, no dejan de chocar al espectador. Esta es una película festival al cien por cien y hay que vivirla como tal para poder disfrutarla. Un viaje que parte como una crónica satírica alrededor del divorcio y los problemas que, de por sí, traen las mujeres a los hombres –el trío protagonista son un divorciado arruinado, un chaval atontado acomplejado por el éxito de su novia y un padre de familia que vive explotado por su familia (aunque también hay un señor de Badajoz que es el tronchante blanco de todas las masacres)- y acaba derivando en una vendetta brujeril donde las mujeres se descubren como unas devoradoras de hombres (nada metafóricas).

Sólo por el ritmo vertiginoso y los magníficos diálogos de la cinta en la huida en taxi de nuestros sufridos héroes, ésta ya sería una película que todo fan del cine de de la Iglesia debería ver. Un toma y daca de frases que resaltan la estupidez y la ingenuidad de los protagonistas, donde brilla con luz propia un divertidísimo Mario Casas -que sea un fenómeno teen sin precedentes en España no debería empañar su más que notable labor como intérprete-, donde autoparodia su propia condición de ídolo cani con una desvergüenza digna del mayor de los aplausos. Hay en ese viaje en taxi mucho cine metido, principalmente, historia del propio cine español, con diálogos que hubiera firmado tanto Rafael Azcona como el Fernando Fernán Gómez de Crimen imperfecto; así como un imaginario del horror cómico que hubiera hecho salivar de gusto al mismísimo Jess Franco (la idea de que para el aquelarre se hayan de fundir miles de anillos empeñados por parejas divorciadas es, sin duda alguna, toda una genialidad).

La segunda parte de la película ya es algo más compleja. En el momento que aparecen las brujas y la cosa deriva hacia un espectáculo algo aparatoso -principalmente, porque los FX parecen muy rudimentarios- que igual mira al Polanski de El baile de los vampiros (o al Robert Rodriguez de Abierto hasta el amanecer) que a las Brujas Mágicas de Mariano Ozores -Carolina Bang tiene un momento cariñoso con una escoba al que bien podría haber podido firmar Azucena Hernández en los 70. El disparate se desata irremisiblemente cuando llega el momento del aquelarre, casi una rave miltoniana donde la película se escapa de todo control –incluso para ser una película de alguien que suele manejarse bien con los excesos- y a la risa la sucede un estupor aún superior a los big bangs que sacudían los cierres de Perdita Durango y Balada triste de trompeta.

A favor: Mario Casas.

En contra: Carmen Maura volando por los aires.