Críticas
4,5
Imprescindible
Carlitos y Snoopy. La película de Peanuts

Toma la cometa y corre

por Suso Aira

Nunca ha negado Woody Allen su admiración hacia Charles M. Schulz y ese universo eternamente infantil pero irremediablemente adulto que configuran las tiras gráficas en prensa conocidas como Peanuts. Poco cuesta imaginar a Charlie Brown, nuestro Carlitos, como un alter ego cuellicorto del propio cineasta neoyorquino o de alguno de sus autobiográficos personajes en la ficción. Carlitos es depresivo, inseguro, proclive al desastre… es Woody Allen. Sus aventuras son básicamente un monólogo interior exteriorizado al cual se suman otros personajes tan entrañables como carne del puesto ambulante de psiquiatría de la neurasténica Lucy. Carlitos no entiende al mundo. Posiblemente el mundo tampoco le entienda a él, pero lo que ya es una realidad (cruda, pero no por ello menos divertida) en el terreno alleniano, algo que es imposible cambiar o remediar, en el albor a la vida del pequeño Brown se convierte en un descubrimiento continuo, con sus frustraciones pero conservando algo tan hermoso como la inocencia… aunque sea angustiosa a la hora de no saber si la chica pelirroja de tus sueños se interesa por ti y por qué lo hace en el caso de hacerlo.

Schulz hizo de esos periodos en los que el colegio estaba a punto de terminar, fuera por Navidad, por la nieve o por el fin del curso, el centro de sus historias corales y mínimas. Una simple anécdota o anécdotas, ocasión para el lucimiento de cada uno de los protagonistas del elenco Peanuts, era el núcleo de sus historietas. Y el núcleo de sus célebres especiales televisivos inaugurados precisamente hace 50 años este 2015 que estamos cerrando. Schulz halló en Bill Meléndez y Lee Mendelson los genios de la animación perfectos, no solamente en aspectos técnicos que no traicionaban y encima enriquecían a los diseños originales en papel, sino en el entendimiento del corpus dramático. Carlitos y Snoopy. La película de Peanuts que ahora se estrena es un emotivo homenaje a esa herencia. No solamente con la cita directa (la compañía de mudanzas que aparece en el film se llama Melendez & Mendelson), sino con la realización de ese súper largometraje Peanuts que todos habíamos esperado. Steve Martino, con un guión del hijo y el nieto de Charles M. Schulz, consigue que la animación digital en 3D se rinda al trazo del lápiz. El lápiz es el alma de los personajes: sus sueños y recuerdos son en el blanco y negro de las tiras diarias en prensa; sus gestos, sus ojos, son líneas al carboncillo. Y consigue que esta historia sobre un primer amor, sobre otros amores como el fraternal, sobre la amistad… se convierta en el mejor retrato de la infancia que haya hecho el cine norteamericano en muchos años. El miedo a volar (una cometa… ¡qué bella metáfora!) como leit motiv de una deliciosa película donde también sobrevuela el espíritu del Mark Twain de Las aventuras de Tom Sawyer, el cine de John Hughes y, claro, Woody Allen (el de Días de radio, el de los artistas y las bambalinas de Broadway Danny Rose, el de los flashbacks de Toma el dinero y corre…) y su sentido de la tragedia íntima y del humor colectivo. Y donde quien de verdad sobrevuela, con un bello plano entre las nubes que remite a otro del maestro Hayao Miyazaki de Porco Rosso, es Snoopy, su alado amiguete y ese barón Rojo con quien se enfrenta en una historia paralela que habla de la historia principal (Snoopy narra el film desde la ficción… Si esto no es posmodernismo que venga Wes Anderson a explicarlo). Y que es una declaración de amor al cine de aventuras. Aventura como vivir, ser niño, crecer… La película de estas navidades.

A favor: lo maravillosamente bien que entiende la infancia… adulta.

En contra: alguna canción que suena es bastante Factor X