Críticas
4,5
Imprescindible
Capitán América: Civil War

Bigger, louder & crazier

por Alejandro G.Calvo

El crossover "Civil War" de Mark Millar (guión) y Steve McNiven (dibujo) marcó un antes y un después en la historia de Marvel Cómics. Los años noventa no fueron especialmente brillantes en la Casa de las Ideas: el barroquismo estético, la fuga (o despido) de guionistas clave, las tramas melifluas (cuando no directamente confusas) que desembocaban en finales acelerados y la resituación de personajes históricos acabó por marcar un mínimo histórico tanto artístico como industrial (las ventas eran desastrosas). Marvel necesitaba una revolución, la cual empezó con el fichaje de Grant Morrison para llevar la Patrulla X y dar libertad absoluta a Brian Michael Bendis a la hora de resucitar a los Vengadores -de él fue la idea de incluir en dicha liga a personajes como Spider-Man, Lobezno o Luke Cage-. Pero el verdadero puñetazo en la mesa lo dio el escocés Mark Millar -quién casi al mismo tiempo se inventó los Ultimates: básicamente, la línea de Vengadores (alternativos) más cañera del siglo XXI- quién buscando crear un paralelismo con las leyes antiterroristas post 11-S, enfrentó a los Vengadores en una lucha fratricida tomando como base el "Acta de Registro" que obligaba a todos los superhéroes a dar a conocer su identidad pública (y, de paso, ser controlados por SHIELD y el gobierno americano). A un lado se posicionó el bando de Tony Stark (que tomó decisiones de supervillano, como crear una cárcel en una dimensión paralela creada por Reed Richards) y al otro el Capitán América que, defensor de la libertad, se vio obligado a esconderse (junto a los suyos) como un proscrito. En definitiva, una saga que dejaría heridas abiertas que tardarían años en cerrarse y que dejó momentos memorables como la confesión de la identidad de Peter Parker, el asesinato del hombre Gigante (a manos de un clon de Thor) o el trágico fin del Capitán América (otro gran fichaje de la época se hizo cargo de la linea del capi: Ed Brubaker).

Pero basta ya de hablar de cómics (me apetecía, siento el rollo introductorio) y centrémonos en este nuevo hit del UCM. Los hermanos Russo, que ya nos entregaran uno de los mejores films del pack -su Capitán América: El soldado de invierno, perfecta en su cruce de thriller de espionaje como manda el canon y la action movie superheroica-, vuelven a desafiar nuestro sentido para aprehender el espectáculo mediante una formula de lo más festiva: acción a raudales, humor desenfrenado (recordemos que ambos estaban detrás de dos cúspides de la comedia televisiva contemporánea: Arrested Development y Community) y la mayor cantidad de superhéroes en plano que uno haya visto nunca. ¡Y funciona! Es decir, ¿puede una película contar con diez protagonistas de peso (mínimo) y que eso no afecte a la narración? (Zack Snyder no ha sido capaz ni de congeniar a tres en su Batman v Superman). Para los hermanos Russo es pan comido: no sólo no hay embotellamiento narrativo, sino que además este fluye sin parar, ya sea punteado por las estilizadas secuencias de tortas, por la base dramática que asienta la cinta o por el caudal de chistes garabateados en un guión que busca no dejar nada en el tintero. Ni siquiera Joss Whedon consiguió ese engrasado perfecto en su Vengadores: La era de Ultrón.

El Acta de Registro se convierte aquí en los Tratados de Sokovia, un acuerdo internacional donde los Vengadores deben aceptar someterse a la disciplina de la ONU para seguir operando (un cambio lógico dado que en el UCM prácticamente todas las identidades son públicas). Los Russo aposentan su epicentro dramático en la figura del Soldado de Invierno, el talón de Aquiles de Steve Rogers, suavizando el carácter conservador de Tony Stark y equilibrando la balanza entre ambos bandos. La rivalidad consiguiente no es tanto deriva de un posicionamiento político sino de una catarsis moral. Con lo que es más complejo diferenciar el bien del mal, así como tomar partida por ninguno de los bandos enfrentados.

Sentada las bases del conflicto toca disfrutar del enfrentamiento. Y he aquí lo mejor de la cinta: la larguísima (para bien: ¡ojalá durara aún más!) pelea en el aeropuerto entre ambos equipos es absolutamente increíble, tanto por la dimensión épica que alcanza como por lo tremendamente divertida que resulta. Y sorprende, ojo. Porque a estas alturas en las que nos estamos comiendo diez películas de superhéroes al año, ¿cómo no nos vamos a aburrir en una nueva pelea con gente que vuela, tira rallos (o flechas) y encaja golpes titánicos como quien hace una guerra de almohadas? Los Russo lo tenían claro: el golpe de efecto que representa incluir en dicha batalla a los nuevos fichajes para el team (Spider-Man, Ant-Man, Pantera Negra) eleva la temperatura del disfrutómetro hasta hacerlo reventar. Normal que se viva el visionado de dicho enfrentamiento como una fiesta sin fin, donde el cariz dramático sea solo la excusa para poder echarnos unas risas que tienen tanto de complicidad con los autores como de relajamiento frente a la absurdidad de la normalidad imperante en la vida real. ¿Teníamos miedo de que nos íbamos a cansar del cine de superhéroes? Si las películas futuras se parecen a esto, que me echen encima todas las que quieran.

A favor: Spider-Man (y Tía May)

En contra: La pelea final, donde gana el dramatismo al humor, no supera la comparación con lo ya visto