Veredicto final
por Suso AiraNo es la primera vez que un director versado en comedia decide dar el salto al cine dramático. En el fondo hay algo así como la necesidad (con cierta mala conciencia) de ese autor que quiere jugar en la liga de lo que una mayoría (léase críticos) considera cine serio. David Dobkin, curtido en los juguetes humorísticos y en la acción cómica, parece decirnos (decirse) que también es capaz de vérselas con historias dramáticas, con temas importantes y pesos pesados de la interpretación, como si no fuera ya bastante complicado bregar con Jackie Chan, Owen Wilson o Vince Vaughn…
Aunque hay algo de sentirse como avergonzado por ser un director ligero, la verdad es que Dobkin no prescinde del humor en El juez y lo utiliza sabiamente para no caer jamás a lo largo de las casi dos horas y media de metraje en lo lacrimógeno y lo empalagoso. Números hay para que esto suceda: enfermedades terminales, rencillas paternofiliales, heridas del pasado, reconciliaciones, hijas que aparecen y desaparecen, muertes… y esas notas de piano en la banda sonora que siempre invitan a llorar por la vía más facilona. El juez obvia de manera digna los escollos del peor ternurismo y pornografía de la decadencia física (pienso en aquel Mi padre con Jack Lemmon y Ted Danson) para convertirse en una suerte de cumplimiento de sueños de infancia cinéfila de David Dobkin. El primero de ellos es el de Matar un ruiseñor, la obra maestra de Robert Mulligan. Robert Downey Jr. Cita explícitamente a Atticus Finch, el personaje encarnado por Gregory Peck, en un momento de este drama de abogados… y de padres e hijos. Hay mucho de esa pequeña ciudad con bandera americana ondeando al viento, de esa Nuestra ciudad de Thornton Wilder en el ambiente y look del film, pero sobre todo en su nostalgia de tiempos pasados y un cine ya pasado (las home movies del hermano pequeño). El juez seguramente se contemple y juzgue hoy como una intentona de remedar cualquier texto de ese John Grisham que copaba con sus adaptaciones las carteleras de la década de los 90. No lo discuto, sin embargo es en la cita a Matar a un ruiseñor y en su parecido más que razonable con una serie de telefilmes judiciales ochenteros de Dan Curtis (Cuando cada día era 4 de julio, por ejemplo) donde la película de Dobkin funciona. Funciona pese a querer hablar de muchas cosas aparte de su trama procesal, de acaso no saber cerrar bien algunas relaciones y personajes… Funciona porque hay en ella algo que quizás sólo puede hacer alguien que viene de la comedia: cariño por el detalle y por cada uno de los personajes… Y muy poca complacencia, algo de lo que debería aprender John Grisham.
A favor: Lo fantásticos que están ambos Robert: Duvall y Downey Jr.
En contra: Su pacata y forzada forma de evitar meterse en terrenos incestuosos…