Cuando Hollywood quiere ser París
por Carlos LosillaHace tiempo que algunas películas no hablan de la realidad, sino del propio cine. Y no me refiero a esas que filman rodajes complicados, ambientes de la industria, mansiones de Beverly Hills, etc. No me refiero a Maps to the Stars, la delirante, maravillosa crónica de David Cronenberg sobre el hecho de vivir en ese pequeño infierno llamado Hollywood. Me refiero más bien a esta Enamorarse de la que pretendo darles cuenta, en principio una historia de amor entre personajes maduros protagonizada por una pareja tan improbable como la que forman Andy García y Vera Farmiga, en el fondo una pequeña reflexión sobre el subgénero –podriamos decir— del “breve encuentro”, tomando como referencia la película de David Lean del mismo título. En efecto, Andy y Vera se conocen en Middleton, mientras acompañan a sus respectivos hijos para que les muestren las instalaciones universitarias. Están casados, tienen sus vidas en orden, no hay nada que los empuje a la aventura, y sin embargo… Durante ese día, y por lo tanto en un contexto espacio-temporal muy concreto, la cámara los seguirá y registrará la evolución de una atracción mutua que, por supuesto, se revela de imposible cumplimiento, por las ataduras sociales que condicionan a los dos personajes.
¿Alguien medianamente sensato puede creerse todo esto? ¿Tiene algún tipo de verosimilitud? ¿Alguien puede ver en Andy García a un cirujano del corazón? ¿Dejaría usted su vida en sus manos? A la película no le importa nada de eso, pues, sino los ecos de otras historias parecidas que resuenan en los oídos del espectador. Ya he mencionado Breve encuentro, pero los distribuidores españoles no han querido dejar pasar la oportunidad de vincular esta película con aquella desencantada love story de Ullu Grössbard que aquí se títuló, oh sorpresa, Enamorarse, donde Robert De Niro y Mery Streep interpretaban a una melancólica pareja otoñal que caía rendida a los pies del amor secreto. Y la lista llegaría hasta la trilogía de Richard Linklater con Ethan Hawke y Julie Delpie, donde dos personas de distinto sexo se enamoran, siguen prendados el uno del otro, llegan a convivir e incluso a odiarse todo ello a través de la palabra, de esas conversaciones que el espectador sigue como si le fuera la vida en ello. Enamorarse, no la de Grössbard sino la de Adam Rodgers, en realidad su opera prima, pertenece a esa estirpe y no es un trabajo despreciable, no debería pasar desapercibida, por mucho que le veamos las costuras desde el inicio.
Diríase que la cosa empieza como una sophisticated comedy de los años 30, con dos personajes contrapuestos que se conocen y de cuyo encuentro pueden saltar chispas. Andy, como decía, es un cirujano cardiovascular, usa pajarita y, como se dice en algún momento, alguien debería quitarle el palo que le han pasado por el culo. Vera es una madre despistada, guapa pero informal, elegante pero también alocada. Ni uno es Cary Grant ni la otra es Katharine Hepburn pero lo pretenden, y en un aparcamiento cruzan sus primeras palabras a causa de un coche mal estacionado. De La fiera de mi niña, sin embargo, pasamos a otra cosa sobre todo desde un momento trascendental: en una dependencia de la universidad, alguien está trabajando con una película que resulta ser… ¡Los paraguas de Cherburgo, el musical de Jacques Demy! El cine entra en el cine y ya sabemos que esta es una película sobre películas. Y más aún, esta es una película sobre ese difuso concepto que Hollywood tiene del cine francés, concebido como un espacio en el que la gente habla y habla, de amor y de otras cosas, y por lo tanto muestran una sensibilidad equivalente, para gran parte de los norteamericanos, a lo que en cuestión de gastronomía sería el vino blanco. Gente elegante hablando de temas serios con total desenvoltura: eso es Rohmer, eso es Truffaut, eso es Lelouch para cierto sector de Hollywood.
Y sin duda lo es también para Adam Rodgers, a su vez coguionista del invento, que mira a sus personajes con pasión más cinéfila que humana. No importa lo que suceda luego en la película, no merece la pena analizar escenas y secuencias, pues a Rodgers le interesa más el aroma, el hecho de que Enamorarse pueda confundirse con una película francesa y sanseacabó. Ocurre, claro está, que el sofrito resultante es demasiado denso, y que de la comedia pasamos al drama sin demasiada gracia, ni habilidad, y que el final ya lo sabemos y además no aporta nada, como el resto de la película, una mezcla inmisericorde de citas y temas, de recuerdos cinéfilos y restos de serie de lo que una vez fue una cierta post-Nouvelle Vague. A pesar de eso, sin embargo, Enamorarse es interesante, muestra una cierta sensibilidad para con sus temas, y para con sus actores (más con Vera que con Andy, ay), y no es el pastel dulzón que podríamos pensar. Que se quede a medio camino es otra cosa, pues la triste realidad es que la película de Adam Rodgers no es Los paraguas de Cherburgo, como él cree, sino Un hombre y una mujer, aquel delirio de Claude Lelouch.
A favor: El deseo de hacer algo distinto con un tema tan manido.
En contra: Cuando Andy García, actor pero también productor, se opone a ello.