Atiborramiento infinito
por Alberto CoronaHace una década, la llegada de Iron Man a los cines no sólo hubo de suponer el inicio de este Universo Cinematográfico de ambición desmedida: también, al ser precedida en cuestión de meses por el estreno de una película llamada El caballero oscuro, condujo a la consolidación de todo un género cinematográfico, y de una fiebre que no ha remitido en todos estos años. De hecho, sólo se ha intensificado, y así sucede que Vengadores: Infinity War termina siendo un film menos decisivo de lo que parece. ¿El gran 'crossover'? Sí, bueno, pero su raíz es la misma que cimentó Los Vengadores de Joss Whedon. ¿El gran final? Como que tampoco, porque aún queda Vengadores 4, y una interminable sucesión de fases y ‘spin-offs’ en el horizonte. Así las cosas, es poco probable que la película de Anthony y Joe Russo vaya a cargarse las películas de superhéroes, o a echar a perder los planes de su directiva, pero sí cabe la posibilidad de que, finalmente, un film de Marvel haya dejado al descubierto los motivos por los que, algún día, en un futuro acaso lejano, les vayan a cerrar el chiringuito.
Para empezar está lo obvio, y es que por mucho que te hayas esforzado en construir héroes y relaciones entre héroes a lo largo de decenas de películas independientes, dos horas y media se revelan escasas —en serio— para darles cobijo a todos y preservar una mínima parte de su entidad. A Whedon no acabó de dársele mal, al menos la primera vez, pero es que el MCU ha cambiado mucho desde entonces. Sobre todo, en términos demográficos, e Infinity War toma una decisión al respecto con rapidez: en su mismo y apabullante inicio, nada menos, cuando deja claro que aquí no hay sitio para la reflexión o los arcos dramáticos. Los personajes que nos han acompañado en todas estas películas han venido a luchar o a morir, y por ello su psicología sólo habrá de servir para dar pie, bien a la acción, bien a las réplicas desigualmente ingeniosas. ¿Y funciona? Especialmente bien en el caso de un Spider-Man (Tom Holland) que siempre se las apaña para ser lo mejor de sus películas, estén o no protagonizadas por él, y especialmente mal en el caso de la plana mayor de nuestros amados Guardianes de la Galaxia. Y no por nada, sino porque la caracterización de éstos había sido tratada con un mimo extraordinario en el díptico de James Gunn, y en Infinity War no puede haber favoritismos. Es imposible, los queremos demasiado a todos, y todos son, simplemente, demasiados.
Aún así, Infinity War sí que le concede ese privilegio a un personaje, y éste es el tan esperado Thanos (Josh Brolin). Los guionistas comprenden que sólo su carisma puede justificar lo épico de la reunión y lo supuestamente definitivo de su amenaza, y se esmeran en un retrato que trate de huir de los maniqueísmos o los lugares comunes… sin que la particular naturaleza de la película acabe por permitirlo tampoco. Por un lado, porque son muchos Vengadores para un solo villano —aunque una de las set pièces más apañadas consista en un seis contra uno que da gloria verlo—, y esta desventaja numérica ha de devenir forzosamente en el mayor y más sofisticado despliegue de masillas vistos en pantalla desde la debacle Chitauri. Y por otro, porque es muy difícil realizar introspecciones personales si la práctica totalidad de metraje de Infinity War le pertenece a una batalla, o a Vengadores reaccionando cómicamente a esta batalla. Thanos no es un personaje cómico. En realidad, es el tipo menos divertido que ha pisado nunca el MCU, y eso no implica necesariamente que sea un gran villano, o que pudiera haberlo sido en cualquier otra película, si le hubieran dejado tiempo.
Infinity War está tan atiborrada que a nadie le está permitido respirar a lo largo de su desarrollo, y por fuerza ha de recurrir a una huida hacia adelante que, plenamente consciente de que en cualquier momento todo puede venirse abajo, trata de aturdir al espectador e hipnotizarlo con un desquiciado barroquismo que consigue sus mejores resultados según se acerca el desenlace. Es entonces cuando, al más puro estilo de El imperio contraataca —referente inseparable de su espídico entramado narrativo—, más nítida se revela la sensación de que nuestros héroes nunca se han visto en un aprieto semejante, e Infinity War consigue validar una apuesta de la que era realmente difícil salir conservando la dignidad.
Sobre todo, porque el pico emocional de esta macrosaga que pretende culminar ya fue alcanzado recientemente, en Capitán América: Civil War, también dirigida por los hermanos Russo. Un film donde los conflictos más dolorosos no procedían de villanos temibles antecediendo otros villanos más temibles aún, sino que brotaban de los propios protagonistas, de esos personajes que empezamos a conocer y a admirar hace ya diez años. El Universo Cinematográfico de Marvel sólo seguirá vivo si vuelve a recordar que la clave son ellos, y no el número en el que se presenten.
A favor: Pasan todo el rato tantas cosas que aburrirse es físicamente imposible.
En contra: Es demasiado grande para su propio beneficio.