Michaelmannia
por Alejandro G.CalvoBlackhat, reconozcámoslo de entrada, no tiene el mejor arranque de la historia. De hecho, es probable que la secuencia realizada mediante infografía buscando escenificar el recorrido de un mallware desde su fuente de inicio hasta los motores de refrigeración de una central nuclear, sea lo más chusco que haya puesto nunca Michael Mann en una de sus películas. Tampoco ayuda la presentación de Nicholas Hathaway (Chris Hemsworth), agarrándose a los clichés del antihéroe cinematográfico, en esta ocasión un hacker superdotado capaz de cometer todo tipo de ataques informáticos desde un móvil en su celda. Vamos, que se podría decir que la película casi arranca marcha atrás. Pero ahí acaba la paja y empieza la fiesta.
A partir de la liberación del reo Blackhat empieza a tomar la forma de un thriller totémico, tan eléctrico como paranoide, con todo aquello que hace que el cine de Michael Mann sea de lo mejor que nos hayamos echado a la cara las últimas tres décadas: tremebundas escenas de acción -el tiroteo en la carretera, casi a modo de (euro)western (o al John Woo de The Killer), es de lo mejor que haya rodado el firmante de Heat-, un suspense asfixiante que, en sus mejores momentos, deja la narración colgando del hilo de una tela de araña, una historia de amor sublimada -en la línea de la vivida por los protagonistas de Corrupción en Miami-, amén de su ambientación marca de la casa, con predominio de las luces nocturnas, todas las tonalidades de azul existentes y la excelente banda sonora electrónica creada ad hoc por Atticus y Leopold Ross.
Con un ojo en Con la muerte en los talones y otro en la saga Bourne, Mann pone en escena la dominación 2.0 que acabará con nuestra era mejor que en ningún sci-fi distópico contemporáneo: el hacker revelándose como el terrorista definitivo; gobiernos, servicios secretos, bancos y empresas privadas funcionando como marionetas colgando de las teclas de un labtop; la muerte de miles sometidos al poder de la avaricia del villano de turno; el mundo entero como un tablero de rol donde las piezas no dejan de perseguirse frenéticamente unas a otras. Así es Blackhat, una pieza de género con espíritu de serie B que acaba convirtiéndose en una de las más vivaces, y terroríficas, representaciones de nuestro presente -es magnífica la secuencia previa al clímax en que Chen (Wei Tang) hace acopio de todo tipo de vendas y fármacos adelantándose a las futuras heridas del protagonista-. Y todo ello, con el espectador aferrado a la butaca como si viajara en un avión a punto de estrellarse. Por todo ello, demos gracias a Michael Mann.
A favor: Todas y cada una de las secuencias de acción.
En contra: Sus primeros cinco minutos.