Adiós al western crepuscular
por Carlos LosillaEl western ya no está de moda. Aquel género que dominó buena parte de la historia del cine americano apenas se prodiga en las pantallas. Y ahora, cuando ni siquiera Clint Eastwood lo frecuenta, todo parece haber terminado. Por eso, el hecho de que una película como Slow West regrese a los grandes espacios y los personajes lacónicos, a los itinerarios de aprendizaje y los tiroteos indiscriminados, para reflexionar sobre lo que significaron y lo que todavía pueden significar, no puede más que constituir una buena noticia, sobre todo cuando se trata de una grata sorpresa, una ópera prima que no se dedica a imitar los viejos modelos del western, sino sobre todo a reflexionar sobre su vigencia.
En efecto, la película de John Maclean contiene todos los elementos del género tal como aparecieron y evolucionaron en la era clásica. Un petimetre escocés de origen aristocrático llamado Jay Cavendish (Codi Smit-McPhee) viaja al Oeste americano persiguiendo a su amada, fuera de la ley desde que se vio envuelta en el asesinato del padre del muchacho, y se topa con Silas Selleck (Michael Fassbender, también productor), un cazarrecompensas de pasado turbio y verbo escaso que acabará acompañándolo en ese viaje de iniciación. Como decíamos, en esta película hay rifles, hay praderas, hay bandas de forajidos, hay indios, e incluso asoma la cabeza el eterno dilema entre civilización y barbarie que constituye la chicha filosófica del género. Sin embargo, el resultado es sorprendente: más que un western, Slow West es la deconstrucción de un western, como si Maclean y sus colaboradores se hubieran propuesto mostrarnos todos los elementos de este tipo de películas para luego reconvertirlos en una trama mínima, más alusiva que explicativa, volcada no tanto al espectáculo aventurerocomo a la reflexión existencial.
Diríase, pues, que estamos ante un reciclaje pop de las constantes del western. John Maclean es un músico que formó parte de The Beta Band, y luego de The Aliens, por lo que parece que se haya tomado la realización de Slow West como una experimentación visual y sonora, una indagación en los ritmos del género, todo ello a partir de un lúdico distanciamiento respecto a sus elementos habituales. En consecuencia, la épica desaparece para dejar paso a una mirada perezosa, escéptica, pero también reflexiva. Por momentos me recuerda a aquellos westerns de Monte Hellman, El tiroteo o A través del huracán, en los que unos pocos personajes desarraigados se enzarzaban en discusiones circulares, se perdían en desplazamientos inútiles. Pero no. Slow West es también un catálogo colorista de lo que una vez fue el western. Todo está ahí, pero como en un museo o un catálogo de unos grandes almacenes animados por la mirada de un niño juguetón y curioso. ¿Por qué no desaparece la emoción, entonces? Pues porque Maclean es ese niño y es su memoria cinéfila la que pone en juego. Sin falsas nostalgias ni celebraciones rancias, lo cual convierte Slow West en una de las sorpresas de este año, una resurrección del cine de género que postula, entre otras cosas, que aquel cine de género ya no es posible.
A favor: Su falta de complejos a la hora de jugar con una trama clásica para convertirla en una propuesta metafílmica.
En contra: En ocasiones se recrea en exceso en sus propios mecanismos y se hace, por consiguiente, un tanto mecánica.