Críticas
4,0
Muy buena
Mia Madre

Ficción y realidad de la despedida

por Violeta Kovacsics

Margherita es directora de cine. Le importa encontrar algo de verdad en las imágenes. Quizá por eso insiste a sus actores en que no elaboren únicamente personajes de ficción, en que pongan a su vez algo de sí mismos. A Margherita también le preocupa la postura de la cámara, del cineasta, frente aquello que está filmando. En una de las primeras escenas de Mi madre, Margherita se enfada con uno de los operadores del rodaje porque ha filmado desde demasiado cerca los rostros de los personajes, un grupo de huelguistas a la entrada de una empresa. “Así, el espectador se siente dentro de la manifestación”, responde el operador. “No quiero que el público se sienta dentro”, replica ella, como si el director de Mi madre, Nanni Moretti, explicitara, en boca de su protagonista, su negativa al cine excesivamente intrusivo que parece haberse hecho popular en este arranque del siglo XXI. Como si el cineasta nos anunciase que la postura, la distancia y el respeto son también objeto de su película.

A partir de las palabras y del gesto artístico de Margherita, la directora en la ficción, Moretti ahonda en sus obsesiones como cineasta. Así, que la protagonista se plantee cómo filmar según que escenas entronca con el propio discurso de Moretti como director. Se trata de saber qué distancia (física, también moral) tomar.

Ante este debate, Mi madre se plantea un reto mayúsculo, similar al que se proponía el mismo Moretti en La habitación del hijo: cómo abordar el desgarro y el luto desde la intimidad y sin caer en lo reprobable. Si en aquella película el director abordaba el dolor de una familia tras la muerte de su hijo menor; en Mi madre, Moretti se centra en el conflicto de una directora que, en pleno rodaje de su nueva película, tiene que lidiar con la enfermedad terminal de su madre. Ante lo que podría haber sido un drama truculento, Moretti logra una película sensible y respetuosa. Filmada de manera límpida y dejando que a menudo la protagonista se sitúe con honestidad en el centro del plano, Mi madre tiene a su vez pequeños destellos de humor, que llegan sobre todo de la mano del personaje interpretado por John Turturro, la caprichosa estrella de Hollywood con la que debe lidiar Margherita.

Moretti ha dado un paso al lado, se ha otorgado el papel del hermano de la protagonista y ha dejado que sea una mujer, Margherita, quien ejerza de su alter ego en la ficción. Salvando las distancias entre ambas, resulta curioso cómo en las últimas películas de Moretti y de José Luis Guerín (La academia de las musas ) se producen tímidos encuentros. La protagonista de Mi madre se pregunta en un momento del filme qué pasará con los libros, con los volúmenes que su madre, enferma, profesora de lengua, tiene en su casa. En La academia de las musas, el último filme de Guerín, una mujer le dice a su marido que el amor quizá sea compartir las estanterías, el lugar donde poner los libros. Ambos personajes ofrecen una suerte de declaración de amor, quizá nostálgico, por las palabras, por la cultura, por el rastro físico que dejan los libros y el vínculo emocional que representan. Ambos directores, Guerín y Moretti, han encontrado en sus protagonistas una suerte de alter ego: el hombre en busca de musas con el rostro de Raffaele Pinto, y la directora sobrepasada por los acontecimientos y con el gesto, vívido y serenamente emocional, de Margherite Buy.

A favor: La capacidad de hacer de trasladar la intimidad del duelo a una esfera universal.

En contra: Puede que Turturro roce la caricatura (pero funciona).