Hablar
por Gerard CasauJusto al inicio de The End of the Tour, David Lipsky recibe una llamada de teléfono informándole del suicidio de David Foster Wallace. Tras el impacto, su primer impulso es rebuscar en un armario hasta encontrar unas cintas de cassette y una vetusta grabadora. Al pulsar el botón de “encendido”, la habitación se llena con las palabras de Foster Wallace, y Lipsky no puede evitar arrojar la grabadora a un lado, asustado, pues esa tecnología "antigua" ha invocado la voz de quien es ya un fantasma. Con esta apertura, James Ponsoldt plasma con precisión el instante demoledor en que la normalidad queda completamente aniquilada por la inesperada noticia de la desaparición de alguien que, de una forma u otra, había moldeado nuestra vida. Al mismo tiempo, el director está mostrando la génesis de su película, cuya materia prima se encuentra en "Although of Course You End Up Becoming Yourself", que son las primeras palabras que escuchamos decir a Foster Wallace a través de la grabadora y, también, el título del libro que Lipsky hizo con la transcripción de las horas y horas de conversación que mantuvo con el escritor a mediados de los noventa, poco después de la aparición de "La broma infinita", el libro que lo convertiría en un referente generacional, y que debían servir de base a un artículo para "Rolling Stone" que nunca llegó a materializarse.
Evidentemente, el introvertido carisma y la extrema lucidez de Foster Wallace es uno de los puntales de The End of the Tour, pero definirla como un biopic del autor de "Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer" sería una imprecisión garrafal. De hecho, personas allegadas al escritor han mostrado sus reservas hacia la película, argumentando que, de estar vivo, Foster Wallace jamás permitiría que hubiera una versión ficcional de sí mismo pululando por las pantallas de medio mundo. Una aversión debida quizá a que Ponsoldt se permite algunas licencias (ese plano del autor bailando, jovial, que cierra el filme con lírica de brocha gorda), y quizá porque la película presenta un tono en exceso modoso y agradablemente indie, casi lo opuesto a la acongojante exactitud de textos como "El alma no es una forja".
Todo esto hace que, a nivel estrictamente biográfico, The End of the Tour pueda resultar discutible (en ese sentido, no habría crítica más certera que aquello que Morrissey cantaba al principio de "Reader Meet Author": "You don't know a thing about their lives / They live where you wouldn't dare to drive / You shake as you think of how they sleep / But you write as if you all lie side by side"). Pero lo interesante del filme es que se basa en su totalidad en lo intercambios entre Foster Wallace y Lipsky. Es, pues, el retrato dual de un momento de intimidad concreta entre dos escritores que empiezan a despedirse de su juventud: uno, receloso del prestigio y los parabienes que llaman a su puerta; el otro, sufriendo por alcanzar la grandeza que su interlocutor desprende de manera natural. En esta ocasión, sin embargo, el eterno conflicto entre el genio y el talento, entre Mozart y Salieri, no se presenta como una rivalidad frontal, sino como un proceso mucho más sinuoso, en el que se mezcla la admiración, el afecto sincero y la frustración. Un complejo conato de relación, y una intimidad nacida en contextos antinaturales (entrevistas, el trajín de la gira de presentación de un libro, etc.), que Ponsoldt plantea prestando una atención extrema a la palabra y al trabajo de sus actores: esta es, por encima de cualquier otra consideración, una película consagrada por completo a observar cómo dos personas dialogan y se escuchan. Y ese es, también, su gran valor.
En el filme, David Foster Wallace tarda apenas diez minutos en comparecer en pantalla, pero durante ese preámbulo, los ditirambos que le dedican los críticos (y que Lipsky lee en voz alta, estupefacto, hasta que él mismo empieza a leer "La broma infinita") bastan para convertirlo en una figura mítica. La impresión se reenfoca una vez lo vemos bajo los rasgos de un Jason Segel bandana en ristre, que torna el escritor en una presencia involuntariamente colosal, de una generosidad casi violenta en su afán por comprender lo que significaba estar vivo a finales del siglo XX y en los inicios de un nuevo milenio. Por su parte, el David Lipsky de Jesse Eisenberg es una impetuosa máscara social que esconde temores y dudas, y que tiene dificultades para calibrar los sentimientos encontrados que le provoca su entrevistado/ídolo. Cada vez que Lipsky saca la grabadora de su bolsillo, está evidenciando el vínculo artificial (o interesado, en cualquier caso) que lo une momentáneamente a Foster Wallace, y que resulta en una complicidad interrumpida en cuyos intervalos se va formando el comedido poso dramático de esta película manifiestamente hablada. Toda una ironía, teniendo en cuenta que además de comida basura, blockbusters, televisión y Alanis Morissette, el gran tema de conversación que ambos personajes mantienen en el filme es, precisamente, cómo conservar cierta autenticidad respecto a uno mismo y no acabar tornándose una parodia. Por todo ello, quizá el principal objetivo de The End of the Tour no sea otro que preguntarse cuán honesta puede ser una entrevista, o una conversación entre desconocidos.
A favor: La perturbadora humanidad que irradia Jason Segel en la piel de David Foster Wallace.
En contra: Puntualmente, se desliza peligrosamente hacia la planicie indie.