Más allá del jardín
por Marcos GandíaVaya por delante que entre todo este aluvión de sagas juveniles distópicas que nos rodean tras dar el salto de las páginas de novelas a las películas, mi favorita es El corredor del laberinto. En ella, en el par de títulos que se han estrenado, se ha preferido el hálito desprejuiciado de batiburrillo aventurero y multirreferencial al suspiro autoconsciente de parábola sociopolítica y discurso generacional. La serie Divergente, como hiciera asimismo la ya finiquitada Los juegos del hambre, sigue anteponiendo ese tono de "seriedad", de "trascendencia", a lo que no dejan de ser relatos pulp de ciencia-ficción de los de toda la vida.
Más Jack Williamson o Edgar Rice Burroughs que George Orwell o Aldous Huxley, pero ya desde el material literario original parece que el hacer sobresalir los referentes 1984 y Un mundo feliz queda mejor que hablar de John Carter. De las tres franquicias comentadas, es esta que llega a su tercera (y dilatada: la inevitable e inexplicable división en dos films) entrega la que más a un extremo ha llevado esa divertida convivencia entre un producto eminentemente adolescente (las subtramas románticas, el choque con la autoridad, con el poder, siempre represor, que es sinónimo del adulto) y su alegórica descripción de un futuro distópico. Si en el primer film, Divergente, la cosa consistía en mezclar el cine de rebeldes propio de la década de los años 50 con un mundo muy de El planeta de los simios, la sorpresa (para algunos) llegó con Insurgente. Casi una pieza de cámara con sólo dos personajes (Tris y la dictatorial líder encarnada por Kate Winslet) enfrentándose en un duelo mental más propio de la ci-fi soviética que de la de Hollywood, Insurgente finalizaba con un guiño a las secuelas de la saga simia producida por Arthur P. Jacobs y guionizada por Paul Dehn: el camino, más allá de las murallas, hacia la zona prohibida, hacia el viaje iniciático que va a llevar a estos héroes a encarar y descubrir su propia naturaleza y verdad. Leal es una road movie muy discursiva que tal vez pueda provocar unas risas por el tono solemne con el que habla de destino, humanidad, sociedad y futuro. Eso es su contenido, casi del Stalker de Andrei Tarkovski para teenagers que ni interpretado por los Auryn verían Stalker. En su continente la cosa es completamente diferente: estamos en los lugares comunes del mejor cine fantacientífico setentero y ochentero, en un enésimo El mago de Oz que adopta sin vergüenza y con estimable conocimiento de causa (freak) el tono tebeístico de Spacehunter: Aventuras en la zona prohibida. Que sí, que el director se cree que es de la escuela propagandística soviética y los actores que están en Solaris... pero en el fondo, ellos y nosotros sabemos que Leal es Zardoz. Y por ello la defendemos con ímpetu e inconsciencia juvenil.
A favor: es más pulp de lo que parece.
En contra: alargarlo todo para estrenar otra película.