A 45 revoluciones por minuto
por Xavi Sánchez PonsLo de John Carney es curioso. Su cine, a pesar de no tocar ningún extremo, polariza al espectador. Genera el mismo número de adhesiones que de rechazos. Y eso, para alguien que hace feel good movies o si lo prefieren, crowd pleasers, no está nada mal. Un tipo de películas que en muchas ocasiones no generan ninguna reacción más allá del, si me permiten la expresión coloquial, está bien pero no mata. Su propuesta, que rescata la parte más epidérmica y sentimental del Cameron Crowe y el John Hughes de los ochenta, se repite en todos sus trabajos. El irlandés es un autor en toda regla y un estajanovista de los buenos sentimientos. Y eso le convierte en archienemigo de aquellos que censuran los relatos azucarados. Ahora bien, esta especie de Frank Capra moderno de los dramedies con trasfondo musical, ha conseguido crear un –exitoso- subgénero propio desde que dio la campanada con Once. Cinta que utiliza como patrón desde entonces, y ejemplo perfecto para lo que decíamos al inicio de esta crítica de la relación amor-odio que se establece con su cine.
Sing Street es la nueva fantasía músico-sentimental del director de Begin Again, un coming of age en el que Carney, por primera, vez pone su vista al completo en un personaje adolescente. Un chico de una familia trabajadora con el sueño de convertirse en estrella del pop -¿alguien dijo Billy Elliot?-, que también tendrá que hacer frente a su primer amor; a la dureza del instituto cristiano de Dublín al que asiste; y a la separación de sus padres. Fiel a su libro estilo, el cineasta irlandés se pone el traje de artesano en la forma; no busquen florituras visuales, sino unas imágenes al servicio, siempre, de la palabra escrita. Mientras que en el contenido, como es habitual, nunca carga las tintas ni cae en el tremendismo, dando forma a una postal amable y nostálgica de los ochenta. Una postal brillante cuando describe lo volátil de las modas musicales de la época. Personalizado en los cambios de chaqueta del grupo de pop adolescente que dirige el protagonista –lo mejor de la película-. Pero que se tambalea cuando la cosa se encamina a un previsible happy end la mar de conservador; aunque en realidad trate de parecer lo contrario. A pesar de eso, Sing Street es un placer culpable resultón. Y huele a ese tipo de películas que, con el tiempo, serán reivindicadas por una generación de críticos jóvenes como su propia Un gran amor o Una maravilla con clase.
A favor: La recreación del Dublín de 1985 y de las modas musicales de la época
En contra: A veces se pasa con el azúcar