Críticas
3,5
Buena
Los tres reyes malos

Todo lo que quiero (dinamitar) para Navidad

por Suso Aira

Incluso la más radical y almibarada película navideña se basa en un sentimiento de directo rechazo/temor hacia todo lo que esas fechas y celebraciones conllevan. La mayoría de ellas historias que se inscriben en el terror (ángeles que te putean enseñándote cómo sería la vida si tú no hubieses existido, niños abandonados por sus padres en casa; psicópatas pedófilos que se creen Santa Claus…), la Navidad está hecha para lo que Berlanga y Azcona supieron transmitir en Plácido (1961): un via crucis de hipocresía absoluta.

Los amigotes de Los tres reyes malos (propongo ya paga extra al de marketing de Sony España que ha parido este título tan coñón en castellano) se han erigido en cruzados de esa hipocresía epifánica dedicándose anualmente a boicotear actos religiosos (católicos mayormente) y a hacer de lo del consumismo inherente una declaración de principios. Así, este trío calavera que tampoco tiene problemas en hacer del judaísmo que adopta fiestas cristianas un villancico malvado de Adam Sandler, parecen constituirse en la versión más mainstream y yanqui de los ferrerianos (por Marco Ferreri) suicidas de La gran comilona. No se llega a extremos parecidos, claro, y su anarquía es más gamberra que ideológica y subversiva. Pero sorprende su consciente inconsciencia destroyer en la que de nuevo vemos esos referentes arte y ensayo europeos de Seth Rogen que hace suyos Jonathan Levine, el guionista y director. Y sorprende que su salvajismo terriblemente divertido (los cameos, el uso del sexo y de la escatología), incluso cuando pasa de lo profano a simplemente el chiste grueso para convertirse en una de las reflexiones más meditadas y sinceras sobre la madurez y la vida en pareja. Me hubiera encantado que Los tres reyes malos se hubiera dedicado a hacer un ¡Jo, qué noche! de chascarrillos Saturday Night Live hasta el final. Pero me encanta también mucho que el film se transforme en una variación de La última noche de Spike Lee. Vale que estos vaivenes desequilibran algo el resultado final, aunque no importa demasiado. Tampoco que como toda antifábula navideña que se precie todo sea al final genuinamente navideño. Una Navidad de esas en las que tienes que aguantar no a uno, sino a dos cuñados absolutamente desenfrenados.

A favor: su desternillante destrucción de El Cascanueces.

En contra: pide perdón por sus travesuras.