Contra el naufragio de Europa
por Paula Arantzazu RuizEuropa es un buque cargado de obras de arte a la deriva. Esta podría ser una de las reflexiones del ruso Alexander Sokurov en Francofonía, la nueva incursión museística del cineasta tras la prodigiosa El arca rusa (2002), esta vez metido por completo en los fastuosos pasillos y tesoros del parisino Museo del Louvre. Francofonía, no vamos a engañar a nadie, es una película profundamente eurocéntrica -"en Europa, en Europa está todo" nos dice el Sokurov narrador mientras en el plano vemos en una toma en 360 grados desde las alturas del tejado del Louvre cómo el París campestre medieval se transforma en la bulliciosa urbe contemporánea-, pero esta nada gratuita postura geopolítica no debe verse como un autocomplaciente ejercicio chovinista sino como una profunda crítica a los giros de timón actuales del continente, a través de una película que revisa en su mayoría uno de los peores episodios de nuestra Historia: el auge del nazismo. ¿De qué sirve ser capaz de crear y poseer todas esas obras de arte si no se puede tomar el control de un naviero que sólo avista el horizonte del hundimiento? Y en el caso de que ese cataclismo vuelva a suceder, ¿qué salvar primero: las obras o las personas? ¿Las personas que crean las obras pero también las destruyen, o las obras que permanecen inmortales y son vestigios de una grandiosidad hoy ya perdida?
Como sucedía en El arca rusa, Francofonía es también una película polifónica que invoca diferentes tiempos (pasado y presente) por los cuales entran y salen varios personajes; pero, a diferencia de aquella, aquí el cineasta olvida el plano secuencia con el que ahí recorría la Historia, en un dispositivo que se convirtió en uno de los hitos del primer cine digital de autor, para, también por obra y gracia del píxel, simultanear diferentes lugares (el Museo del Louvre, el barco en cuestión donde el narrador presenta la historia, París y hasta los océanos de internet) y ofrecer, así, un fresco en el que el presente se refleja en el pasado y el pasado nos alerta del futuro. No hay que asustarse ante tanta sofisticación porque Sokurov olvida también aquí la opacidad de algunas de sus obras previas y se sirve de la historia de Jacques Jaujard y el conde Franz Wolff-Metternich como principal hilo narrativo desde el que hablar del Louvre y de Europa: Jaujard y Wolff-Metternich, dos enemigos, un francés y un ocupante alemán, quienes mediante la colaboración del ingenio respectivo protegen los tesoros del Louvre cuando el nazismo de Hitler está arrasando con el corazón del continente y con muchas de sus obras de arte. Mientras somos espectadores de cómo se forja esa curiosa y tan beneficiosa alianza, aparecen otros tantos símbolos de la Francia de la liberté, égalité, fraternité (esa Marianne que juguetona corre entre los cuadros del museo, Napoleón, etc.), que, sin embargo, no pueden más que verse como fantasmas cuyo legado son apenas unas reliquias que parecen no contar en el discurso del presente.
Porque a pesar de esa premisa elogiosa y a pesar de que la película está financiada por el Louvre, Sokurov ramifica su discurso para detenerse en unos cuantos vericuetos conflictivos de la Historia. No estamos, por tanto, frente a una loa, sino ante una obra que señala sin miedo el espíritu colonialista de la Francia imperial aupado por Napoleón o el colaboracionismo del gobierno de Vichy, mientras nos recuerda que para que hoy podamos admirar todas esas bellas obras supervivientes han tenido que inevitablemente sacrificarse otras tantas (obras y personas). Así, Sokurov asocia ese barco a la deriva que es Europa y que en la película toma forma de ese carguero repleto de obras de arte a punto del naufragio, museo flotante luchando contra la mareas del tiempo, con el poderoso cuadro La balsa de la medusa, de Théodore Géricault, que el pintor francés realizó a cuenta del escandaloso suceso del Méduse (1816), naviero que naufragó frente a las costas de Mauritania y cuyos pocos supervivientes quedaron abandonados a su suerte en mitad del mar durante días, hacinados en una pequeña balsa. Presos del hambre, la sed, la insolación y las enfermedades, acabaron comiendo la piel de los cuerpos que no consiguieron continuar con vida. Una fábula de terror basada en hechos reales.
A favor: La clarividencia de Sokurov, que dispara donde tiene que disparar.
En contra: Que la gente crea que estamos ante una película de audiocomentario del Louvre.