Críticas
4,0
Muy buena
La juventud

El año pasado en Felliniband

por Suso Aira

No sé si Paolo Sorrentino acabará haciendo su propio y personal Ocho y medio, para alegría de sus admiradores (entre los cuales me encuentro) y para urticaria de sus detractores (entre los cuales se encuentran buenos colegas y mejores amigos). Ojalá, pero teniendo en cuenta que ya lo hizo, no sobre él mismo sino sobre su Italia contemporánea en Il divo, pues tampoco me preocupa demasiado. Lo que sí hizo fue La dolce vita con La gran belleza, pese a que esta última era algo más que una relectura desde hoy de la eterna, como eterna es la ciudad de Roma, del clásico de Federico Fellini.

Aún así, aprovechando la comparación (casi siempre odiosa) con el clásico felliniano, el propio Sorrentino ha gastado la que es la mayor de sus bromas posibles con La juventud: volver a citar a Fellini, pero no al Fellini intocable, sino al Fellini que estos mismos que le ensalzan destrozaron sin piedad, el de La ciudad de las mujeres. La juventud es la ciudad de las mujeres de Paolo Sorrentino, una película surrealista, detenida en el tiempo, en un circular tiempo que es el que puede tener en sus mismas elípticas formas concéntricas a la vida y a la muerte, a la belleza y a la decrepitud. El balneario en el cual se sitúa esta ceremonial celebración del tránsito hacia la nada, hacia el olvido, es igual de sensorial, descreído y pesimista que el de La ciudad de las mujeres: todo está allí no para sanar o reverdecer a unos cuerpos mustios cuyas mentes quieren ser jóvenes pero se ven incapaces de serlo ante un mundo cambiante a pesar de que ese encierro idílico y de lujo pretenda ser un refugio ajeno a la muerte. Michael Caine y Harvey Keitel, sencillamente espléndidos ambos y conscientes del juego en el que Sorrentino les ha metido, juego en el que ellos aportan sus propias vivencias, parecen no sólo esos viejos narradores y protagonistas de los cuentos del Decamerón o de Canterbury, sino fantasmas condenados a ver y a verse. Condenados a ver lo que fue y lo que ya no será. Ironía, cinismo, mucho cariño y esa mediterránea melancolía que casi parece convertir al trip final en la habitación blanca de 2001: una odisea del espacio en un sketch (felliniano, claro) de Bocaccio 70.

A favor: su humor y su pesimismo más allá de sus bellas imágenes.

En contra: que repita algunas cosa de La gran belleza… pero bueno, eso debe ser lo que te convierte en un autor.