Deconstruyengo el conflicto vasco
por Paula Arantzazu RuizUno de los grandes aciertos de Negociador, el tercer largometraje de Borja Cobeaga (Pagafantas, guionista junto a Diego San José de 8 apellidos vascos), es su exploración de los tiempos muertos -intermedios, vulgares, livianos- que también tuvieron lugar, imagino, durante las reuniones en 2005 y 2006 entre ETA y el Gobierno español con el fin de alcanzar un acuerdo de paz. La lejanía en la que se encuentran en el grueso de las ocasiones los políticos, o en la que muchos creen estar, no invita a pensar que a veces el factor humano es clave y que la complicidad entre las partes se gana no en la mesa de diálogo sino en los encontronazos en el pasillo. Y sobre esos encontronazos y sobre esa perplejidad ante tal solemne misión fabula, con precisión, algunas risas y cierta melancolía, Negociador.
No estamos ante una película de gags arrolladores, aunque tampoco sea tacaña en ese aspecto, como tampoco de gruesas caricaturas ni tópicos de sketch televisivo, sino más bien ante un trabajo que ahonda en los equívocos, los silencios y las elipsis, y construido sobre la presencia de Ramón Barea, que en la piel de Manu Aranguren, trasunto a su vez del presidente del PSE vasco, Jesús Eguiguren, llena de ternura y empatía un personaje tan fascinante como cercano: intuimos desde el primer momento que la misión puede que le vaya grande, pero sabemos también desde la primera secuencia que el único provecho que pretende es que sus compañeros de colegio le saluden cuando entran en la tasca a tomar el pincho de mediodía. En ese anhelo de Araguren se vislumbra el del propio Cobeaga, como el de muchas otras personas, y es una declaración de intenciones a la altura de una película que busca desarticular los mecanismos, a menudo ridículos, que han mantenido el conflicto en un callejón sin salida.
A favor: Su distancia con películas previas sobre ETA y el conflicto vasco.
En contra: Que el personaje de Fayla no tenga más espacio en la cinta (o en la mesa de negociación).