Críticas
5,0
Obra maestra
Toni Erdmann

Toni Erdmann

por Violeta Kovacsics

Winfried es un farsante. Preocupado por la estresante vida que lleva su hija, una consultora para una gran empresa, Winifred decide disfrazarse y convertirse en Toni Erdmann, un hombre con peluca y dientes saltones como los de El profesor chiflado, la traslación a la comedia que Jerry Lewis realizó del relato del doctor Jekyll y el señor Hyde.

Toni Erdmann es una comedia y, como las comedias de Howard Hawks, contiene un componente fantástico, un desafío a las normas lógicas de nuestra realidad. Por ejemplo, la primera escena de la película es la de una transformación. En un plano largo y amplio, vemos a Winfried abrir la puerta a un cartero. El repartidor espera, pues Winfried dice que en realidad la entrega se la debe hacer a su hermano. El plano cambia, se cierra un poco el encuadre, y ante nosotros y el sorprendido cartero aparece Toni Erdmann: pelo negro y revuelto, dientes saltones, batín abierto y esposas en las muñecas. Poco después, comprendemos que todo ha sido una broma. La escena resume al personaje y el tono de una película que construye su comicidad sobre un tempo dilatado. De hecho, la película se toma una hora hasta que Toni vuelve a aparecer, esta vez ante su hija y sus amigas, dispuesto a hacer reír a su agriada niña.

En Entre nosotros, la excelente anterior película de la directora Maren Ade, una pareja atravesaba una crisis en plenas vacaciones. En aquella ocasión, la disputa se saldaba con un perverso juego, en el que ella pretendía estar muerta. Es decir, todo se resolvía con una representación. Algo de esto hay en Toni Erdmann: la diversión, el disfraz, la representación como manera de hacer que la vida valga más la pena están en el centro del relato.

En uno de los pasajes más demoledores de Stoner, la novela de John Williams sobre un joven lanzado prematuramente a los brazos de la adultez, el protagonista observa y descubre que su hija, quien dio aire a su anodina vida, es infeliz y alcohólica. Al padre de Toni Erdmann también le debe atravesar un dolor, algo se le debe romper por dentro, cuando observa cómo su hija Ines se queja, con tono de superioridad, de un masaje mal hecho, cómo grita porque se ha dormido, cómo dice estar satisfecha con un trabajo en el que no la valoran como es debido. Se le puede achacar a la película un discurso que va en contra de lo emancipatorio (el padre, que salva a la hija ya adulta), sin embargo, su paciente deriva hacia el delirio, su empeño en trasladar a la comedia y a la fantasía el pálido mundo de las grandes empresas resulta... alentador, feliz.

Winfried/Toni es un caramelo para el actor, Peter Simonischek. El papel de Ines resulta más complejo, más sutil. Sandra Hüller lo borda: su gesto agrio, el ceño fruncido, el cuerpo enjuto pero expresivo, o la arrebatada interpretación inesperada de una canción de Whitney Houston... Al final, la tranformación será suya, de Ines, y se materializará en dos elementos eminentemente fantásticos: una fiesta de desnudos y la aparición de un monstruo peludo.

En Toni Erdmann, hay un momento en que el padre observa por una ventana a un señor jugando con un niño. La nostalgia por una ingenuidad placentera, por la infancia, de la espontaneidad y la naturalidad que se perdió, irrumpe con terrible quietud. En el fondo, Toni Erdmann trata de esto, es el intento de un padre por devolver a su hija a una condición de niña, en la que el juego aun está permitido, en la que no existen las reglas del trabajo, de un mundo, el neoliberal, que ha aplastado el humanismo. Para ello, Ade plantea una comedia de tiempos dilatados, con su propio, intrusivo y delirante Mr. Hyde.

A favor: Que a alguien se le pase por la cabeza hacer una fiesta en la que todos van desnudos.

En contra: La amiga que no entra en el juego.