Críticas
3,5
Buena
La habitación

Prisioneros del cielo

por Marcos Gandía

Seguramente es una casualidad, pero hay algo que, de forma más que curiosa, une a dos films tan en apariencia distintos, aunque en el fondo hermanados, como este cuento de hadas perverso que es La habitación y aquel, quizás hoy un tanto olvidado trabajo de Barry Levinson titulado Sleepers. Ambos films tienen como premisa de sus argumentos los abusos (léase principalmente violación) en la infancia y la forma en la cual esos hechos repercuten en la edad adulta o en ese momento en el que afrontamos el fin de la tortura y debemos vivir en el mundo real. Otro elemento les acerca todavía más: la referencia explícita a la inmortal novela de Alejandro Dumas El conde de Montecristo.

En la película de Levinson se citaba literalmente como modelo para una trama de venganza, mientras que en el notable film de Abrahamson es utilizado para un hecho concreto que ni quien esto firma ni el abate Faria pensamos revelar. La habitación es una obra sobre el encierro, sobre las prisiones injustas que acaban configurando nuestra realidad. Trata sobre el dolor y el miedo: a estar atrapado y a no saber estar en libertad. ¿Está la venganza presente como en el texto de Dumas? No de una manera tan marcada como en la película dirigida por Barry Levinson, pero sí de una forma muy curiosa: esa especie de reproches que la propia vida, en la figura del niño, acabará haciendo a su madre. La libertad, el mundo fuera de esa habitación que da título a la cinta, cobrándose una venganza hacia la idealización como método de supervivencia. Film que consigue que el Mal parezca normal a ojos de un niño virgen de cualquier referente, La habitación, tal como señalaba al comienzo de esta crítica, pervierte (¿o acaso no lo hace?) la estructura del cuento infantil. Pensados para adoctrinar moralmente a los niños, esos cuentos basan sus mecanismos en el miedo y en la desconexión con la realidad. La madre (una Brie Larson excelente, aunque menos que ese descubrimiento llamado Jacob Tremblay) hace de la casa del terror la torre del castillo donde Rapunzel se hallaba prisionera. De ese choque entre lo que una madre hace para proteger la inocencia de su hijo y el paulatino descubrimiento de que las princesas no son perfectas surge lo más interesante del film. Un trabajo llevado narrativamente con pudor y antisentimentalismo por un director que huye del amarillismo como el Edmundo Dantés de Dumas huía de su propio pasado para poder encarar el futuro. 

A favor: sus dos protagonistas, especialmente el niño.

En contra: alarga el episodio en el hospital.