Críticas
3,5
Buena
La espera

El fantasma del hijo

por Paula Arantzazu Ruiz

Descubrir el amor y hacer frente a la muerte tal vez sean las dos experiencias más difíciles de registrar por la cámara, porque tanto captar los primeros destellos del enamoramiento como entrar en el espacio privado del duelo implica buscar nuevas maneras de representar emociones complejas que en cada uno, en cada beso y en cada deceso, se manifiestan bajo formas y gestos a menudo inescrutables. Es en esos espacios de intimidad emocional absoluta donde La espera, el debut en largo del italiano Piero Messina, ayudante de dirección de Paolo Sorrentino en This Must Be the Place y La gran belleza, entre otros logros curriculares, es arrebatadora.

La espera es la historia de un duelo, aunque también nos habla de manera tangencial de un enamoramiento, o de la posibilidad de reavivar un amor, pero si hay algo de la película que se queda clavado en la retina es el rostro compungido, sereno y a la vez fuera de sí, de una Juliette Binoche transfigurada en madonna apesadumbrada. Ella, Anna, ha perdido a su hijo y parece transitar por un limbo que en el largometraje tiene como escenario un lujoso caserón siciliano en los días previos a Pascua. Las personas se acercan al funeral a dar el pésame, pero pronto desaparecen.

Quien no desaparece, sino más bien hace acto de presencia y de hecho hasta retiene más de lo previsto el personaje de Binoche entre esas cuatro paredes, es la joven novia del hijo muerto, Jeanne (Lou de Laâge), a quien Anna le oculta, por diversos motivos, que Giuseppe, el hijo, ha fallecido. A medida que avanza la película y también la relación entre ambas, celos, admiración, aspereza, ternura y otras tantas emociones van tejiéndose e hilvanándose en una suave coreografía y no hubiera sido fácil averiguar cómo acaba resolviéndose el nudo gordiano de la historia si Messina hubiese sido un poco más contenido con la manera en que cuenta el relato. La espera se detiene en escenas sobrecogedoras (Binoche aspirando el aire de una colchoneta que, entendemos, era del hijo muerto, como si con ello intentara atrapar el aliento fugitivo de quien jamás volverá a su vida), pero también abusa de una imaginería religiosa que, la verdad, tampoco parece aportar demasiado al corazón de la historia. Más bien la sobrecarga. De hecho, ese parece ser el talón de Aquiles del primer largometraje de Messina, una majestuosidad que en vez de ser solemne sentimos que sobra.

A favor: El estupendo tête â tête de sus dos protagonistas.

En contra: Que Messina no sepa contenerse. Su clímax previo al final del filme parece ir en dirección contraria de lo que ha ido proponiendo hasta ese momento.