Críticas
3,5
Buena
Ready Player One

Cultura (pop) y simulacro

por Paula Arantzazu Ruiz

En 1999, las hermanas Lana y Lily Wachowski (entonces Larry y Andrew) trasladaron las inquietudes del pensamiento postmoderno hacia la sala oscura y con ello no sólo pusieron en escena las ideas baudrillardianas del simulacro y la hiperrealidad, también se hicieron de oro. Estábamos a punto de cambiar de milenio y la idea de que el sistema capitalista había sido capaz de poner en funcionamiento un entramado virtual inaprensible con el objetivo de mantener esclavizada la fuerza laboral humana fue lo suficientemente atractiva como para que la broma de Matrix se convirtiera en trilogía y en referente de la ciencia-ficción contemporánea. De esa obra, más bien de los conceptos que samplearon las Wachowski, hijas de su tiempo, parte Ready Player One, novela Young adult geek de Ernest Cline que Steven Spielberg ha llevado a la gran pantalla con el suficiente acierto como para no salir demasiado vapuleado del experimento.

Que Spielberg se siente a gusto en el relato retrofuturista distópico de Cline parece una obviedad, porque Ready Player One es casi una invención ad hoc, y las referencias a sus películas se van trenzando de manera desacomplejada con otras tantas del mundo gamer y de la cultura pop. Todo está construido, incluido el universo virtual Oasis, sosteniéndose en la mercancía visual de la cultura de masas y la subcultura fan, transformada aquí y ahora en el nuevo orden mundial, en el único paraíso posible. Hay imágenes en Ready Player One realmente ingeniosas, así como set pieces abrumadores (que mejor no desvelar para no estropear el visionado); aunque el conglomerado de citas no siempre acaba funcionando, y la mezcla, por tanto, se transforma en mezcolanza: en un abigarrado fresco de todas esas cosas que han molado en los últimos 40 años, apelotonadas sin demasiado rigor ni pensamiento. Poca duda cabe de que Spielberg ha pulido mucho la literatura de Cline (es notorio en el último tramo del largometraje), pero aún y así el toque mágico del Rey Midas se resiente (algo), sobre todo cuando nos damos cuenta de que debajo de los adoquines, esa pátina espectacular de píxeles destellantes, no está escondida la playa. Ni nada que se le parezca.

A favor: Su autoconsciencia como crowdpleaser de la era nerd ochentera.

En contra: Ídem.