Críticas
4,0
Muy buena
El oficial y el espía

El ‘yo acuso’ de Polanski

por Paula Arantzazu Ruiz

Roman Polanski no es un director de cine cualquiera o un director como cualquiera de los demás, porque, por mucho que lo intentemos, es dificilísimo separar su vida de su obra, tanto si nos provoca compasión como asco, admiración o menosprecio. La tesitura en la que nos sitúan sus películas es tan compleja como fascinante, porque pocas figuras han encarnado a ojos de la opinión pública la inquietante capacidad del ser humano de poder ser a la vez, en una misma vida, víctima y verdugo. Valga esta divagación personal como prólogo para abordar la crítica de un filme rotundo y directo como El oficial y el espía, que lleva a la gran pantalla el affaire Dreyfus, uno de los terremotos políticos más escandalosos del fin de siècle, y película que, como sucede con el resto de su filmografía, parece que de nuevo nos explica entre líneas el lugar de Polanski en el mundo. El título del filme en francés, J’accuse, que hace referencia asimismo al título del artículo con el que Émile Zola puso nombre y apellidos a la corrupción del estado francés decimonónico, tal vez nos dé más pistas sobre cómo se ve Polanski en la actualidad, aunque es probable que también suscite nuevos interrogantes. Porque, ¿a quién y de qué está acusando el cineasta?

Para quien desconozca lo sucedido, el affaire Dreyfus tuvo lugar en 1894 cuando el capitán Alfred Dreyfus, militar alsaciano de origen judío, fue acusado de espionaje y, tras ser degradado de su rango públicamente, se le deportó a la Isla del Diablo, en la Guayana francesa, para cumplir una pena ejemplar. Chivo expiatorio de una serie de malas prácticas y conductas deplorables, el caso evidenció el profundo antisemitismo del país, común en el resto del continente, al tiempo que provocó un malestar profundo en las instituciones –militar y política– y en la opinión pública francesas. Con esta información en la mano, no cuesta imaginar las simpatías que le puede despertar a Polanski la figura de Dreyfus (aquí interpretado por Louis Garrel), pero la trama de El oficial y el espía se fija especialmente en uno de los secundarios de lujo de la historia, el comandante Marie Georges Picquart (Jean Dujardin), igual de antisemita que el resto de compañeros y superiores pero con un sentido noble del deber. Esa característica, acompañada del rigor e integridad que se le presupone, transforma a Picquart en el héroe de la fábula, presentado como un caballero impertérrito y capaz de llegar hasta las últimas consecuencias con tal de que la verdad salga a la luz, y perfil que le sirve a Polanski para poner en escena otra trama laberíntica de conspiraciones basada en esta ocasión en hechos reales y con el Estado francés como cerebro en la sombra de la pérfida operación.

En El oficial y el espía, el trabajo de Polanski con el detalle es encomiable y la recreación histórica del París de entre siglos, minuciosa. Queda patente, por ejemplo, en el retrato de Alphons Bertillon, considerado uno de los padres de las prácticas forenses modernas y de otras disciplinas de identificación policial basadas en las ciencias positivistas en boga en el momento. Y no solo por la meticulosa escenificación del lugar de trabajo del personaje, su laboratorio antropométrico, sino también por la arrogancia con la que describe al criminólogo. Pero la puesta en escena de Polanski no se limita a recrear como si fueran cuadros vivientes los hechos (el arranque de la película, en donde se narra la degradación de rango de Dreyfus en el patrio de la Escuela Militar de París, es ejemplar) o a las personalidades de la época, porque su dirección se despliega con sutileza hasta hacerse casi imperceptible. Por poner más ejemplos, la manera en que filma a Piquart a medida que avanza la película y la investigación, por las calles de un París cada vez más opresivo y sin profundidad de campo, nos indica los muchos muros institucionales y sociales contra los que se va a enfrentar el héroe para salvar al falso culpable, además de otros elementos mínimos de puesta en escena –juegos de escala en los plano/contraplano; detalles del vestuario y de iluminación–. Irreprochable en la forma e irreprochable como monumental ejercicio con el que recordarnos los peligros de los juicios sumarísimos y de los linchamientos mediáticos.

Otra cuestión, que excede lo estrictamente cinematográfico, es tratar de responder al dedo acusador de Polanski, no tan subrepticio en el caso de El oficial y el espía. Ese gesto a día de hoy levanta sospechas y no sin motivos, aunque estas líneas no tribuna de cuestiones morales, sino cinematográficas. Habrá quien pueda escandalizarse por ver en la película una actitud hipócrita, habrá quien aplauda al cineasta por su atrevimiento, pero el filme, en tanto que rememoración de uno de los hechos más vergonzosos de la historia europea, es muy poderoso. Quedémonos, en todo caso, con el inquietante paralelismo entre lo que se narra en el filme, acontecido hace más de un siglo, y lo que sucede a día de hoy: el odio, el peligroso aumento del antisemitismo o la intolerancia cotidiana. También, y tal vez más un aspecto más perturbador, la facilidad con la que se le puede destrozar la vida una persona haciéndole culpable a ojos de la gente y dejarle sin ningún tipo de derecho.