Críticas
2,0
Pasable
Experimenter: La historia de Stanley Milgram

Experimenter

por Violeta Kovacsics

En 1961, Adolf Eichmann era juzgado en Israel. Allí, Hannah Arendt escudriñaba con rigor la figura de uno de los máximos responsables de genocidio judío. La filósofa reflexionó sobre los gestos y las declaraciones del criminal, y de aquello surgió uno de los textos fundamentales sobre el Holocausto y una expresión, la banalidad del mal, que ha dado pie a un sinfín de discusiones y de equívocos. También en 1961, el psicólogo Stanley Milgram tramaba, en la universidad de Yale, un controvertido experimento que, en cierta manera, nacía precisamente del juicio a Eichmann. El test sobre la obediencia de Milgram pretendía ahondar en por qué una persona es capaz de seguir órdenes incluso cuando sabe que sus acciones están haciendo daño a otro ser humano.

El mecanismo de aquel estudio sobre el comportamiento era el siguiente: dos hombres entran en el laboratorio, y a uno se le asigna el rol de “profesor”, y al otro, el de “aprendiz”. Desde una habitación, el primero hace una serie de preguntas; el segundo contesta, desde otra estancia. Si la respuesta es incorrecta, el “profesor” debe aplicar una pequeña carga de electro-shock al “aprendiz”. Hasta aquí, el plan oficial, pues en verdad todo esto no era más que una charada, y ni el “aprendiz”, ni las descargas eléctricas eran reales, sino un embuste de cara al “profesor”, auténtica víctima del test, que debía ir aplicando reprimendas. Mientras, Milgram observa el comportamiento de su cobaya y hasta dónde podía llegar esta. Los claroscuros del experimento, su dispositivo ficcional y de engaño, quedan perfectamente definidos al principio de Experimenter, una película que se maneja con cierta gracia cuando juega con las vitrinas que delimitan a aquellos que observan y dirigen la prueba de aquellos que interpretan y son observados, en un juego esencialmente voyeurista y cinematográfico.

Experimenter pretende retratar la ambigüedad de un personaje que a menudo se presenta desnudo, dirigiéndose abiertamente al espectador, introduciendo en off sus fantasías y recuerdos. Esto y el uso de material de archivo son los elementos de máximo atrevimiento de una película que se agarra en demasía al tono apagado de Peter Sarsgaard, un actor extraño, tan capaz de reflejar la ambivalencia y la suspicacia de sus personajes mediante la elegante frialdad de su rostro, como de moverse en una corrección excesiva. Como en Una educación, aquella película en la que el actor encarnaba a un seductor que se enredaba con una estudiante menor de edad, Sarsgaard es el rostro visible de una película que quiere abordar las sombras de los grises sin ensuciarse las manos. En Experimenter, todo es impoluto: el atrezzo, la fotografía de tonalidades mate... todo, menos un personaje que se antoja mucho más complejo y embarrado que la película que lo pretende retratar.

A favor: Que por momentos se empape de la ambivalencia del personaje que retrata.