Entre tinieblas
por Carlos LosillaHace poco se estrenó Las mil y una noches (2015), la película en tres entregas de Miguel Gomes, donde se pudo descubrir una parte de la gran riqueza que exhibe actualmente el cine portugués. Y digo “una” porque la otra aparece ahora, con el estreno de Caballo Dinero (2014), por el momento el último largometraje de Pedro Costa. Por supuesto, les estoy mintiendo, pues el cine portugués contemporáneo es algo más que eso, no se reduce a esos dos grandísimos cineastas. De Rita Azevedo Gomes a Joâo Nicolau, de Joâo Pedro Rodrigues a Teresa Villaverde, por no citar más que unos cuantos, hay otros que no les van a la zaga, que están construyendo una de las más ricas cinematografías europeas del momento. Pero no quiero ser ambicioso, ni embutir en estas pocas líneas la gran historia del cine portugués de los últimos años. Además, Gomes y Costa son perfectos para una explicación más o menos didáctica –eso que tanto nos gusta a los críticos--. Gomes es el artista barroco, el narrador desaforado, el que revoluciona el relato hasta límites insospechados. Costa, en cambio, es el poeta épico, el pintor abstracto, el que reduce la narración hasta los puros huesos para intentar otra cosa.
Por otro lado, parece que no fuera posible entender Caballo Dinero sin dos de los largos anteriores de Costa, con los que forma una especie de trilogía. En efecto, tanto No quarto da Vanda como Juventude em marcha transcurrían ya en el barrio lisboeta de Fontainhas, poblado por emigrantes caboverdianos, allá donde Ventura desgrana sus miserias, su vejez de obrero fracasado, la nostalgia de su mujer, la perplejidad ante unos cambios sociales que no entiende y que muestra al espectador con una mezcla de inocencia y pesar. Y Costa filma todo eso a través de retablos donde la figura humana y el ambiente se funden entre la realidad y la ficción, entre actores no profesionales y una estética esculpida a base de luces y sombras, entre hechos que sucedieron y ensueños que nunca sucederán. En Caballo Dinero, Ventura parece estar en un hospital, enfermo o loco, y lo que vemos en pantalla es su mente, atormentada por el pasado, por los jirones del recuerdo de aquel día de 1974 en que estalló la revolución.
No hay que espantarse ante Caballo Dinero. Tampoco hay que pensar que es una película diferente. Su línea sucesoria procede del John Ford de Las uvas de la ira (1941), del Jacques Tourneur de La mujer pantera (1942), de un cine clásico que “escribía” con el claroscuro, con las figuras volumétricas, con las masas y los colores. Caballo Dinero no cuenta una historia y a la vez las cuenta todas. Ahí está también Alain Resnais, con su reflexión sobre los laberintos temporales, y David Lynch, con sus ambientes flotantes. A quien le gusten todos estos cineastas, debería gustarle Caballo Dinero. Si no es así, quizá sea porque en algún momento hemos olvidado los eslabones de esa cadena, ya no podemos entender que si actualmente Ford hiciera cine estaría más cerca de Pedro Costa que de Ron Howard, pongamos por caso. En otras palabras, Caballo Dinero es lo más cercano al cine clásico que podemos encontrar ahora mismo en la cartelera, y también al cine moderno de los años 60, y también al cine más avanzado que se hace en el siglo XXI: quien vea una película como esta, estará viendo la historia del cine pasando ante sus ojos y reflexionando sobre sí misma.
En fin, hay una escena en Caballo Dinero que resume la película. Ventura, en su peculiar paseo por el hospital, termina en el ascensor con el fantasma de un soldado que quizá participó en la revolución de 1974. Pues, bien, eso quiere decir que estamos ante una película política en la más amplia expresión de la palabra. Pues la política tiene que ver, hoy más que nunca, con la estética. Y ese “diálogo”, por llamarlo de alguna manera, de Ventura con el soldado en el ascensor es un diálogo político no porque se hable de la historia fantasmagórica de Portugal, sino porque está filmado de una manera política, de una manera que ejerce una resistencia poderosa frente a las imágenes dominantes, porque propone algo que convierte al espectador en alguien capaz de reelaborar las imágenes que está viendo, no solo de recibirlas pasivamente. La memoria también se reelabora. Y eso es Caballo Dinero, sus formas tenebrosas, su estructura laberíntica, el modo en que pasa de una escena a otra sin acudir a la racionalidad, porque el mundo en que vivimos ya no es racional, sino onírico en su virtualidad. Caballo Dinero es una película de terror, sobre el horror contemporáneo, y por eso, también, una película de género, y sobre el concepto del género y cómo evoluciona hoy día. Hay que entender eso para disfrutarla. Y no es tan difícil.
A favor: Es a la vez un melodrama, una película de terror, una película histórica y una reflexión política. Siempre sin forzar las formas.
En contra: Todo eso se plasma en una ficción tan sencilla que a veces resulta difícil captar todos sus matices. El cine, a veces, también requiere de nuestro esfuerzo.