Críticas
4,0
Muy buena
Cegados por el sol

Bajo el sol de la decadencia

por Israel Paredes

Como remake de La piscina, dirigida en 1969 por Jacques Deray, Cegados por el sol, tercer largometraje de Luca Guadagnino, seis años después de Yo soy el amor, interesa señalar una primera variación de gran relevancia. En aquella, el cuarteto protagonista eran francesas veraneando en la costa francesa; en la película de Guadagnino son extranjeros en Italia, creándose una distancia, no solo idiomática, que permite al cineasta italiano situarlos en un paisaje y en un entorno que potencia, más si cabe, la extrañeza de sus relaciones. El propio director ha señalado que tenía en mente la obra maestra Te querré siempre a este respecto, película con la que Cegados por el sol mantiene no poca, aunque transversal, relación.

En la isla italiana de Pantelleria, entre Sicilia y Turquía, acuden Marianne (Tilda Swinton), cantante que se recupera de unos problemas de garganta que la impiden hablar, y su compañero, Paul (Matthias Schoenaerts); al poco tiempo, aparecerá Harry (Ralph Fiennes), antiguo amante de Marianne y manager, y Penelope (Dakota Johnson), su hija, cuya existencia acaba de descubrir. Guadagnino crea un juego de relaciones de deseo, seducción y celos con Harry como punto gravitatorio de los personajes, tanto en el presente narrativo como en el pasado, si bien todos los flashbacks de la película acaban ralentizando su ritmo de manera puntual. Guadagnino toma del original de Deray ese esquema argumental al que va introduciendo las suficientes variaciones para crear, al final, una película muy diferente –no podía ser de otra manera, por supuesto-. Por ejemplo, que Marianne no pueda hablar contrasta con la verborrea incesante de Harry, un Fiennes cada vez más alejado de la flema inglesa que caracterizó al actor en sus inicios, quien supone, además, un contraste con la quietud del entorno. Marianne se convierte en espectadora casi muda de un juego a varias bandas que Guadagnino utiliza como vehículo para exponer a unos personajes, y aquello que representan, dentro de una decadencia tanto por aquello que representan individual y socialmente como, diríamos, argumental o temáticamente. Guadagnino evidencia la construcción ficticia –cinematográfica- del drama de unos burgueses ajenos a la realidad en sus juegos de seducción –algo presente, aunque con otras intenciones diferentes, en la original de Deray-.

Guadagnino, sobre todo en una primera parte de la película magnifica, vuelve a dar rienda suelta a una libertad expresiva en el terreno visual que ya estaba presente en Yo soy el amor, aunque en este caso la excentricidad de la propuesta se imponía sobre otras cuestiones. El cineasta se adecua a un esquema argumental ‘convencional’ para construir una puesta en escena imaginativa y atenta a los detalles, los silencios y las miradas en la que parte de unas imágenes hiperrealistas que, sin embargo, evidencian que hay más de lo que vemos. En este sentido, no está de más recordar que el título original de la película proviene de A Bigger Splash (1967), obra del pintor británico David Hockney, quien a partir de una representación pretendidamente hiperrealista deja en suspenso la posible narración al perderse elementos –la figura que ha saltado a la piscina-. Así, Guadagnino nos sitúa frente a unas imágenes que ponen de relieve la falsedad de la realidad en la que viven los cuatros personajes, una vida ensimismada en sus problemas y que, además, revelan un sentido decadente de un mundo que se resiste a desaparecer. El cromatismo casi pop de la película no supone un trabajo a modo de pastiche ni menos aún nostálgico, sino que en manos de Guadagnino acaba funcionando como vehículo para denotar el artificio no solo de la narración, sino también de la vida de esos personajes.

Y entre medias, aparece el personaje de Penelope, que aunque aparentemente viene a ser un simple objeto del deseo de Paul, funciona en realidad como muestra de una juventud, la actual, sumida en un cinismo o indiferencia que es tanto consecuencia de sus propios postulados como producto de la generación precedente. Penelope observa, apenas habla, a quienes la rodean con tanta distancia como, al final se revela, un sentido del juego muy diferente al que ellos plantean. Guadagnino expone una doble visión generacional en la que nadie sale bien parado, aunque tampoco demasiado mal. Muestra, por un lado, a unos personajes que tuvieron de alguna manera algún tipo de ideal –esa hoz con el martillo tatuado en el pecho de Fiennes…- pero que ha quedado en nada; por otro lado, a otra generación sin responsabilidades, satisfecha en su propia existencia. Y frente a ellos una realidad asentada en una otredad mayor que la que ellos representan en tierra ajena, los inmigrantes ilegales que llegan a la costa. Es posible que haya quien encuentre el comentario político demasiado enfático al relacionar a los ahogados en pateras con el otro ahogamiento, muertes similares pero por motivos bien diferentes. Pero supone una de las miradas más críticas hacia una realidad, la europea, que, en estos momentos, evidencia la vergüenza del continente. En un momento de Cegados por el sol, Penelope y Paul caminan por la isla cuando se encuentran en un pequeño grupo de inmigrantes. Ella se tapa el pecho ante la mirada de ellos. Su vulnerabilidad queda expuesta. Queda preguntarse qué vulnerabilidad es esa.

Lo mejor: Los actores y la inventiva visual de Guadagnino.

Lo peor: Los flashbacks que no aportan demasiado, o casi nada.