Las dobleces del traume
por Paula Arantzazu RuizNo hay nada previsible en este musculoso 'thriller' firmado por Olivier Kienle, segundo largometraje del alemán y cinta de suspense entre el policíaco y el fantástico que ya solo con su secuencia de arranque es capaz de atrapar tu atención y mantenerte en tensión máxima hasta los créditos finales. Mediante una hábil composición de planos y un magnífico uso del 'travelling' –que sugiere en vez de mostrar lo atroz–, Cuatro manos comienza con el despiadado y brutal asesinato de los padres de las dos protagonistas, en aquel momento dos niñas pequeñas. Para evitar que la menor, Sophie, vea el horror de la escena, la mayor, Jessica, cubre sus ojos y le susurra al oído una promesa que, como veremos más adelante, se transformará en una maldición: que siempre la protegerá.
Sin ánimo de desvelar más de lo debido, cabe señalar que en Cuatro Manos los acontecimientos volverán a torcerse hasta llegar a un punto abisal y todo lo trágico que van a cargar sobre sus espaldas las protagonistas provocará una disociación o disolución de las identidades de las dos mujeres. No en vano, y como dicta el arquetipo de la 'femme fatale', una de ellas es rubia y la otra, morena. Y aunque la película de Kienle derive sin frenos hacia una espiral de angustia y paranoia, en la que no sabemos muy bien si lo que sucede ante nuestros ojos es a causa de una cuestión paranormal o psicológica, Cuatro Manos huye de lo trillado y pretende hacer del suspense una reflexión del trauma y de sus dobleces.
No faltan secuencias de acción como tampoco de misterio –y bien hilvanadas, algo poco habitual–, pero si algo destaca en el filme es la textura de la melancolía, que cubre por completo la película. Porque a Kienle no le interesa hacer de Cuatro Manos una colección de sustos y de inacabables giros inverosímiles, sino más bien su trabajo deriva con buen pulso narrativo hacia ámbitos más perturbadores y tristes, y que tienen que ver con los avatares del duelo y la descomposición de una identidad al límite.