Críticas
3,5
Buena
Foxtrot

Pasos de baile en pie de guerra

por Daniel de Partearroyo

Todo empieza como un dramón del ruso Andrey Zvyagintsev (Leviatán, Sin amor) pero ambientado en Tel Aviv. Planos estáticos, colores fríos, unidades dramáticas esculpidas como bloques de hielo. Una familia llora la muerte de su hijo soldado, que les acaba de ser comunicada por el ejército. El padre –Lior Ashkenazi; rostro fundamental del cine israelí reciente después de Big Bad Wolves (2013) y sus colaboraciones con Joseph Cedar (Pie de página, Norman: El hombre que lo conseguía todo)– hace frente a los terribles preparativos del funeral mientras la madre –Sarah Adler; ¿de qué te suenan tanto esos ojos profundos y ese rostro amplio? Probablemente de cómo los enseñó Godard en Nuestra música (2004)– sobrelleva la crisis de ansiedad buceando en un mar de calmantes. Entonces, la película cambia de tercio. De Zvyagintsev pasamos a Wes Anderson en un puesto fronterizo. Así de suelta está la musculatura cinematográfica de Samuel Maoz, que en su segundo largometraje aún se permite otro volantazo de tono más cuando encara el tercer acto.

Esto es Foxtrot, donde el famoso baile rápido cuyos pasos vuelven a dejar en el punto de partida no solamente da pie a una fantástica escena musical sino que se entreteje en la propia estructura formal y narrativa del filme. Después de explorar las claustrofóbicas entrañas de un tanque de combate en Líbano (2009), el cineasta israelí ha vuelto a recurrir a un episodio biográfico de su paso por el ejército para plantear una crítica nada sutil al militarismo de su país. El humor seco y con tintes de extrañamiento absurdo encuentra con facilidad terrenos fértiles en el cine de la región, como nos han demostrado Elia Suleiman (Intervención divina) o Elad Keidan (Afterthought), pero la aproximación de Maoz es mucho más plástica cuando tiene que retratar al paso del tiempo para los soldados destinados al puesto de control militar de una remota carretera, donde deben pedir papeles de identificación a todos los viajeros israelíes y palestinos. Tomando la apariencia de pequeñas viñetas de cotidianeidad suspendida y camaradería sottovoce, la superficie intrascendente de la realidad no evita que la tragedia emerja. Y en esa ironía el cineasta se encuentra tan a gusto que no duda en repetir el mismo truco narrativo demasiadas veces.

Antimilitarista, de pesimismo sosegado pero con mueca burlona en los labios, el tono de Foxtrot es difícil de etiquetar. Ahí reside el mayor atractivo de una película que quiere jugar con las expectativas del espectador, pero sin dispersarse de manera irremediable. Más allá de la alegoría sobre el enquistamiento del conflicto palestino-israelí, Maoz lleva el movimiento del foxtrot al discurrir de su propia película: dos pasos hacia delante, dos pasos al lado, dos pasos hacia atrás y dos pasos hacia el otro lado. Una serie de movimientos cortos y decididos para acabar de vuelta al punto de partida. O moverse mucho sin cambiar de sitio.

A favor: La desvergonzada reinvención estilística a medida que avanza la narración.

En contra: Por favor, cineastas del mundo entero, dejad de usar el ‘Spiegel im Spiegel’ de Arvo Pärt en vuestras películas.