Críticas
3,0
Entretenida
El corredor del laberinto: La cura mortal

Rebelde con causa

por Xavi Sánchez Pons

Si bien calificarlo de maldito sería demasiado, El corredor del laberinto: La cura mortal es un blockbuster mediano (su presupuesto no supera los 90 millones de dólares) que estuvo a punto de entrar en la lista negra de proyectos truncados debido a un accidente de trabajo casi mortal. En este caso, el de su estrella y protagonista, Dylan O'Brien, que en las primeras semanas del rodaje se hirió de gravedad durante el transcurso de una escena de acción; algo que le llevó a estar hospitalizado y en el dique seco durante unos cuantos meses. La escasa información sobre el percance y la larga recuperación aumentaron la alarma y las especulaciones sobre lo ocurrido y el estado del actor neoyorquino. Rumores que finalizaron cuando en marzo del pasado año, justo un año después del incidente, un O'Brien recuperado regresaba al set para acabar la tercera entrega de esta saga juvenil de ciencia ficción. La buena noticia, tras el susto que nos llevamos hace doce meses, es que en La Cura Mortal el intérprete de 26 años mantiene intacta su figura de héroe de acción teen; vuelve a correr, saltar y sufrir como Thomas, ese personaje trágico que lucha para que la juventud de esta distopia creada por el escritor James Dashner sea liberada. 

En El corredor del laberinto: La cura mortal repite Wes Ball como director, y siguiendo la misma línea de las dos entregas pasadas, lo que nos encontramos aquí es otro puñado de homenajes a un montón de clásicos del cine de aventuras, ciencia ficción y terror, resueltos con menor o mayor acierto según la secuencia; una fórmula que encontró su mejor versión en El corredor del laberinto: Las pruebas. La película se abre con una set piece de acción muy bien resuelta situada en un tren en marcha que recuerda al George Miller de Mad Max: Furia en la carretera. Luego siguen citas a diversos filmes y series sobre infectados y zombis (la franquicia Resident Evil y el universo post-apocalíptico de The Walking Dead), una escena de rescate imposible pero divertidísima y trepidante (es casi una atracción de feria) que reúne a una grúa gigante y a un autobús, y un clímax final que simula en de Aliens el regreso -sin Reina Alien, eso sí- con cierto pulso. 

La alegoría que plantea el tercer filme de esta saga, un divertimento palomitero de ciencia ficción sin pretensiones que repite el error de pasarse de frenada en el minutaje –sus dos horas y media son excesivas- y que cierra de manera correcta la trilogía, vuelve a ser de brocha gorda. Ahora bien, también sigue siendo la mar de efectivo. Y es que, la batalla distópica que describe entre adultos desalmados y manipuladores por encima de los cuarenta y chicos y chicas adolescentes que son utilizados como cobayas humanas, lanza una foto salvaje y punk del presente. 

A favor: El pequeño papel de Walton Goggins como líder de resistencia y su excelente prólogo. 

En contra: Su excesiva duración.