Entre cinéfilos anda el juego
por Quim CasasDe trayectoria, estilo e intereses bien distintos, Bertrand Tavernier y Martin Scorsese comparten una enorme cultura cinéfila forjada, en el caso del cineasta francés, en sus tiempos de jefe de prensa, en los años sesenta, cuando por París pasaban directores como John Ford, William Wellman, Henry Hathaway, Jacques Tourneur y Joseph Losey, y él gestionaba las entrevistas al mismo tiempo que se reservaba tiempo para entrevistarlos personalmente (fue el único crítico que publicó en “Cahiers du cinéma” y “Positif” indistintamente, aunque estaba más cerca de la segunda que de la primera). Pero antes que la exaltación del cine clásico estadounidense estuvo la pasión, desde la niñez, por el cine francés, al que ahora Tavernier dedica un documental de 190 minutos que en principio va a ampliarse a una serie televisiva de nueve horas.
Scorsese, más cahierista, realizó en 1995 un documental sobre el cine norteamericano que se titula, con implicación más que personal, A Personal Journey with Martin Scorsese Through American Movies. Cuando hizo lo mismo con el cine italiano, se puso ya directamente en primera persona: Il mio viaggio in Italy (1999), con alusión añadida al Viaggio in Italia rosselliniano. Tavernier, más discreto, ha decidido titular Voyage à travers le cinéma français su incursión por la historia del cine francés, eludiéndose del título aunque su visión es –de eso se trata– inconfundiblemente subjetiva. Entre nosotros, el documental se titula Las películas de mi vida (o Las películas de mi vida, por Bertrand Tavernier), el mismo que la recopilación de textos de François Truffaut y también muy parecido a la autobiografía de Jean Renoir, “Mi vida, mis films”. Entre la cinefilia y los cinéfilos anda el juego.
El documental es subjetivo, ya se ha dicho, pero también bastante didáctico, aunque con menos descubrimientos que los que buscaba Scorsese en su película por los pliegues del viejo Hollywood. Tavernier comenta el cine francés desde los años treinta hasta los setenta, que es cuando él mismo empieza a dirigir películas. Todo parece iniciarse con Jacques Becker, el cineasta que le iluminó antes de que Hollywood extendiera su poderosa sombra: Dernier atout, el entretenido relato policíaco con el que debutó el autor de París, bajos fondos, es el film que espoleó la relación/fascinación de Tavernier con las imágenes en movimiento.
Siguen Jean Renoir y Jean Vigo, por supuesto, extraño sería que no aparecieran en los recuerdos de Tavernier como lo hicieron en los de Truffaut y Godard; también comenta la Nueva Ola, y Jean-Pierre Melville, Claude Autant-Lara, Marcel Carné, el realismo poético, el polar, Claude Sautet, los rostros de Jean Gabin y Eddie Constantine… Tavernier siempre fue claro en sus gustos (el cine de estudio antes que el cine filmado en la calle, por lo que es normal que chocará con ciertos atributos estilísticos de la Nouvelle Vague), pero aquí llega incluso a rebajar sus críticas para componer un mapa lo más aproximado posible de la evolución en cinco décadas del cine francés. De lo que no cabe duda es que Tavernier pertenece a una época irrepetible. Es un hijo de la Cinémathèque de Henri Langlois, como Rivette, Godard y Truffaut, algo que marcó a más de una generación y ha dejado su poso en este film.
A favor: la voluntad didáctica y clarificadora de la que hace gala el director.
En contra: que en este primer montaje de 190 minutos debe pasar de puntillas por muchas cosas.