Asalto a la embajada número 13
por Xavi Sánchez PonsNo dejar de ser curioso que justo en medio de la saga Transformers Michael Bay haya dirigido dos de sus mejores películas. La primera de ellas fue Dolor y dinero, una excelente comedia criminal sobre el lado oscuro del sueño americano basada en hechos reales. En ella el director de Pearl Harbor dejó claro que su concepción musculosa y testosterónica del cine también se podía adaptar a historias centradas principalmente en los personajes. Bay demostró valía y versatilidad más allá de su amor por el CGI y las explosiones. Un amor, ojo, que también ha dado tebeos de acción más que reivindicables: títulos como La roca, Armageddon, Transformers: El lado oscuro de la luna o la injustamente infravalorada La isla (revisión en clave high tech de la sci-fi cinematográfica de los setenta). Tras Dolor y dinero, la segunda película donde el responsable de Dos policías rebeldes ha volado alto es en esta 13 horas: Los soldados secretos de Bengasi, trepidante filme bélico -basado también en una historia real- que en algunas secuencias nos hace pensar en una versión con más dinero de Asalto en la comisaría del distrito 13 de John Carpenter.
Lo nuevo de Michael Bay parte de sucesos verídicos ocurridos en la embajada americana y en un centro secreto de la CIA en Bengasi durante 11 de septiembre de 2011. Dos lugares que fueron atacados y sitiados por fuerzas yihadistas. La película cuenta la historia desde el punto de vista del equipo de seguridad privada (ex soldados del ejército estadounidense) que defendió ambas localizaciones; un relato polémico puesto en duda por diversos protagonistas del mismo (uno de ellos, el jefe de la CIA que estuvo a cargo de la operación). Dejando de lado esa controversia, 13 horas: Los soldados secretos de Bengasi funciona a varios niveles con la precisión de un misil tierra-aire. ¿El primero? El retrato que hace del día a día de los mercenarios que son contratados por el gobierno norteamericano para realizar trabajos de escolta y de seguridad en una de las zonas más conflictivas del planeta. Realidad que vemos a través de los ojos de uno de los militares, Jack Silva, interpretado con temple por John Krasinski, el último en llegar a Bengasi. Las horas de espera sin hacer nada; la sensación de inestabilidad constante y de no poder confiar en nadie; el peligro que supone realizar un simple paseo en coche por la ciudad (la notable escena inicial en la que uno de los jeeps yanquis cae en una emboscada); o las ganas de entrar en acción de mercenarios. Otro aspecto en el que 13 horas acierta es en lo bien planificados que están los dos asedios que describe. El primero, el de la embajada, caótico e infernal (esas llamas que consumen el recinto) consigue sumergir al espectador en las calles de Bengasi. El segundo, ya en el centro de la CIA, es igual de crudo pero nada caótico, y es presentado con una claridad expositiva tal fruto de una mise en scène prodigiosa. Una operación que en algunos momentos -todo el segmento nocturno- recuerda al fantasmal acecho que realizaban los pandilleros a los protagonistas de Asalto en la comisaría del distrito 13 de Carpenter. La espesa niebla que impide ver a los agresores, personajes antitéticos que se unen para sobrevivir a la amenaza y esos refuerzos que no llegan nunca.
Dejando de lado los aciertos de puesta en escena, la nueva cinta de Bay, un director catalogado por sus detractores como fascistoide, destaca por ser muy poco resbaladiza a nivel ideológico. Y es que en algunos momentos se atreve a poner en duda la validez de la intervención estadounidense en Libia, plasma la inoperancia de los servicios secretos yanquis y, aunque defiende el heroísmo de los mercenarios –presentado acertadamente con una alta carga desmitificadora-, cuestiona la naturaleza de su existencia (de hecho, todos los protagonistas reales de esta historia se retiraron del servicio tras salir vivos de Bengasi). Sirva de ejemplo para esto último el plano final donde se puede ver una bandera americana arrugada, rota y sucia que flota, junto a los escombros, en la piscina de la embajada atacada. Ahora bien, donde si flojea la película es en ciertos excesos sentimentales (esas conversaciones de los protagonistas con sus mujeres vía Skype. El momento McDonald’s produce sonrojo) y en algunas metáforas/sentencias filosóficas de brocha gorda metidas con calzador (el infierno y los demonios los tienen los hombres en su interior, reflexión extraída de un libro que está leyendo uno de los soldados).
A favor: la excelente planificación del asedio al centro de operaciones de la CIA
En contra: los excesos sentimentaloides