Críticas
3,5
Buena
El Clan

Los Puccio

por Quim Casas

Aunque El clan reconstruye el caso real de una acomodada familia, la de los Puccio, que se dedicó al secuestro y la extorsión durante los últimos tiempos de la dictadura militar argentina y los primeros años del gobierno democrático del presidente Raúl Alfonsín, lo que también le interesa a su director, Pablo Trapero, es hablar de las relaciones entre un padre y su hijo en ese clima de violencia e incertidumbre.

 

De este modo, El clan es tanto un drama familiar íntimo, construido sobre personajes contradictorios que son conscientes de sus actos pero se niegan a aceptarlos, caso del hijo mayor de Arquímedes Puccio, como un retrato a vista de pájaro del tránsito de la dictadura a la democracia: pese al cambio de sistema, los Puccio, ahora desubicados y sin saber demasiado bien a quien servir, siguieron secuestrando y asesinando, supervivientes atroces de un mundo que había iniciado una época de cambio.

  Trapero sigue horadando su línea de cine comprometido pero de raíz bastante popular, tendencia manifiesta en sus anteriores trabajos (Leonera, Carancho, Elefante blanco), y con los que se ha distanciado de la vena más radicalizada e independiente con la que se dio a conocer en 1999: Mundo grúa. Para entendernos, Trapero ha pasado de competir en el festival de Rotterdam a hacerlo en el de Cannes (o, en el caso de El clan, Venecia), convertido ya en un nombre bien conocido (y reconocido), baluarte de un cine que en apariencia puede satisfacer por igual a plateas y críticos exigentes y a los más conservadores.

  Extraña situación que puede desembocar en un callejón sin salida. De momento, arropado en esta ocasión por la productora de los Almodóvar, Trapero se mantiene a flote con un tipo de cine sólido, muy profesional, también algo artesanal –cuando este concepto se opone a autoría–, que pulsa historias sociales duras, de la vida en presidio (Leonera) al ejercicio de la violencia y terrorismo en un estado totalitario (El clan), pasando por la corrupción de las entidades aseguradoras (Carancho) y la labor desinteresada de los sacerdotes socialmente comprometidos (Elefante blanco).

  Si en sus dos anteriores largometrajes fue Ricardo Darín uno de los polos de atención, en El clan es Guillermo Francella y su radical muda de piel. Muy conocido en Argentina por sus interpretaciones y espectáculos de raíz cómica, Francella emula aquí al divertido Kelsey Grammer de Frasier que decidió transformarse en el mezquino y ambicioso alcalde de Boss para, en una composición tan inquietante como hierática, olvidarse de su vis cómica y convertirse en el inflexible, imperturbable e impasible líder de un clan familiar cuyos miembros sabían lo que hacían pero nunca quisieron reconocerlo.

A favor: la inquietante máscara que es el rostro impasible de Guillermo Francella.

En contra: siendo un filme sólido, es también algo previsible y le falta intensidad.