Críticas
4,0
Muy buena
El último duelo

Épica shakespeariana medieval como metáfora visceral del movimiento #metoo

por Alejandro G.Calvo

Han pasado 44 años desde el debut del director británico Ridley Scott detrás de las cámaras. Era 1977 y Scott dirigía su primera película adaptando un texto de Joseph Conrad, Los duelistas, sobre dos hombres en riña y batida continua a lo largo de los años.

La película, maravillosa, nos descubría a un director que estaba llamado a cambiar la historia del cine, demostrando una versatilidad inusitada fuera cual fuera el género que tocara: ciencia-ficción -Alien, el octavo pasajero (1977), Blade Runner (1982)-, suspense -La sombra del testigo (1987)-, thriller -Black Rain (1989)-, peplum -Gladiator (2000)-, terror -Hannibal (2001)-, bélico -Black Hawk derribado (2001)-, cine de gángsters -American Gangster (2007), cine negro -El consejero (2013)- y hasta series de televisión -Raised by Wolves (2020)-.

Ahora le ha tocado el turno a la épica medieval (con ramalazos a lo Shakespeare: conspiraciones, traiciones, asesinatos), género en el que estuvo algo desinflado cuando estrenó El reino de los cielos (2005) y que en El último duelo -qué bonita sería firmar una carrera entre los duelos de Harvey Keitel y Keith Carradine y los de Matt Damon y Adam Driver, pero que no será su última película, porque ya tiene acabada La Casa Gucci (2021),- corrige ante un interesante guión de Matt Damon, Ben Affleck y la realizadora Nicole Holofcener), que no trabajaban juntos desde que ganaron el Oscar por el guión de El indomable Will Hunting (1997).

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Presentada a competición el último Festival de Venecia, El último duelo copia su estructura narrativa a esa mayor de Akira Kurosawa llamada Rashomon (1950), a través de la novela de Ryunosuke Akutagawa. Es decir, la misma historia -el de la agresión sexual a una mujer (Jodie Comer)- se traza a través de tres relatos contrapuestos: el del marido de la víctima (Damon), el del agresor (Driver) y, finalmente, el de la joven, con las consecuentes diferencias, en ocasiones matices, en otras mentiras brutales, según el punto de vista del narrador.

Hay poca economía de secuencias en las dos horas cuarenta minutos que dura una película que tiene la sutileza de un hachazo en la cabeza, pero Scott sabe mantener el ritmo de esta película-denuncia de la indefensión de la mujer frente a los señores feudales, en una clara metáfora con lo ocurrido en Hollywood durante años y que el movimiento #metoo ha sido capaz de aplacar, al menos, en parte.

Con todo, lo más interesante de la cinta es cuando Scott saca su lado operístico a la palestra y nos presenta batallas medievales sanguinarias -qué barbaridad cuando Damon machaca la cabeza de un rival envolviéndose su mano con una malla metálica-, crueles juegos palaciegos (sexo, alcohol y vicio generalizado: qué divertido está Ben Affleck como duque soft-Sade) y, especialmente, ese último duelo al que hace referencia el título de la película y que, con la consiguiente tensión y suspense, acaba convirtiéndose en una carnicería en toda regla.