Críticas
3,0
Entretenida
Dope

«Who's world is this?»

por Alberto Lechuga

Empecemos por el principio: fans del universo hip-hop, corred ahora mismo al cine. Al fin y al cabo hablamos de una película donde clásicos de Public Enemy, A Tribe Called Quest o Naughty by Nature no suenan solo como acompañamiento musical sino como leyenda al borde del mapa emocional de la película. Malcom, Jib y Diggy, nuestro trío protagonista, son tres geeks obsesionados con el hip-hop de los 90, la llamada “edad de oro”... tanto que hasta van al instituto como si acabaran de salir del mítico Yo! MTV Raps, programa que por supuesto atesoran religiosamente en VHSPor el universo de Dope pasan además un buen puñado de miembros destacados de la escena actual de la Costa Oeste, (Tyga, Vincent Staples, Casey Veggies o Quincy Brown, ahijado de Quincy Jones e hijo adoptivo de Puff Daddy, si me perdonan la trivialidad) apuntalados por las toneladas de swag de A$AP Rocky y el magnetismo genético de Zoe Kravitz como secundarios de pleno derecho.

Sin embargo, aunque Dope se instala en un suburbio afroamericano, nuestros protagonistas ya no son chicos de barrio de manual, mucho menos una amenaza para la sociedad. Se desplazan en bicis BMX a juego con su look casual (mente estudiado), se dejan los codos para conseguir entrar en una buena universidad y no parecen tener especial problema económico. De hecho, aunque profesan devoción por el rap de los noventa, las canciones que ensayan como grupo en el aula de música tienen más relación con el punk-pop de Vampire Weekend o los ritmos matemáticos de Battles que con Dr. Dre. Es decir, podrían pasar por tres adolescentes de perfil hipster, y ni siquiera se enfrentan al trauma de que uno de ellos se destape como votante del PP y amante de las ballenas. ¿Dónde reside entonces el conflicto? Demos un paso atrás en este universo a lo John Hughes afroamericano y mirémoslo otra vez: Malcom, Jib y Diggy son tres chicos negros en un suburbio negro en los Estados Unidos de Trayvon Martin, del I can't breath y de los disturbios raciales de Ferguson y Baltimore. Ese país en el que un negro es proclamado Presidente mientras la policía acumula cadáveres del mismo color bajo su alfombra. Y esta dicotomía tan violenta recorre el relato desde el mismo momento en el que a los pocos minutos de metraje la voz narradora de Forrest Whitaker (aquí además productor)  nos puntualiza que eso de “tratar de sobrevivir” no es solo una metáfora para la jungla del instituto: en un espontáneo desvío narrativo, se nos cuenta como un compañero de clase acude a un restaurante de comida rápida a por una hamburguesa y acaba recibiendo una bala perdida que pone fin a su vida de manera totalmente azarosa. 

Pero nada molestaría más a los propios personajes de la película que dejarlos encasillados como meros personajes de peli-de-conflicto-racial-en-el-barrio. La película de Rick Famuyiwa es antes una teen movie que transcurre en un barrio afroamericano que una película del hood protagonizada por adolescentes. Al igual que el trío de chavales, Dope se niega a ser encasillada, y la trama, empujada por la energía motriz de la pendiente resbaladiza (siguiendo la fórmula de esas películas de efecto dominó donde un acontecimiento fortuito y aparentemente irrelevante acaba desencadenando una serie de acontecimientos cada vez más descontrolados; las disgresiones sobre esta teoría, slippery slope en el original,no son por tanto el único guiño a la narratividad de Tarantino), inserta una película de instituto a lo Hughes en una película de pandilleros mediante la clásica argucia del inocente que acaba involuntariamente en posesión de lo que pertenece al villano. En este caso, los nostálgicos del rap de los 90 acaban con una mochila cargada de droga propiedad de un poderoso camello (ojo a la doble condición del personaje encarnado por el ex-NBA Rick Fox). Un recurso nada original, pero que abre un espacio de fricción de géneros y generaciones donde la película encuentre su mayor veta. Cuando los geeks se encuentran con la mochila llena de droga, el joven Malcom se apresura a aclarar que él no sabe nada de ese mundo, «solo que Jeezy pagó LeBron y Jay pagó Dwayne Wade», una divertida cita (busquen Empire State of Mind de Jay Z y 24-23 de Young Jeezy en esa Piedra Rosetta del rap que es la web genius.com) que de soslayo revela que el viaje de un género a otro será también un viaje generacional de tres chicos que aprenden que solo asumiendo su herencia cultural – el mundo que les rodea, en definitiva - estarán capacitados para evitar que les condicione a una casilla predeterminada. Y es de este encontronazo de géneros y generaciones de donde surgen los momentos más ingeniosos (como cuando los chicos intentan comunicarse con un dealer y la referencia cultural colisiona con la jerga real del mundo droga) e incluso momentos de inesperada y sencilla belleza: aquellos en los que las canciones matizan elegantemente las imágenes alcanzando una expresividad eléctrica que solo surge de esa matemática arcana que descifra la canción correcta para una escena determinada.

No obstante, es al llegar al último tercio donde se hace inevitable atender al principal escollo de la propuesta de Famuyiwa: en su exceso de ambición las fuerzas acaban diluyéndose y Dope , paradójicamente, al contrario que sus personajes, no acaba encontrando su personalidad en  la conciliación de identidades. Ni su base tiene la determinación neo-noir de un Brick (Rian Johnson) ni su hook el garbo con el que otras películas de microuniverso high school diseccionaban la realidad con exquisita clarividencia petarda (de Mean Girls a Easy A). Algo especialmente grave si tenemos en cuenta que la película opta por valerse de lugares comunes para ensamblar su propuesta, que al resquebrajarse acaba dejando al descubierto unos cimientos quebradizos. Sin salirnos del universo Dope, podríamos encontrar en A$AP Rocky, de irresistibles singles en discos fallidos, el trasunto perfecto de la película.  

Lo mejor: los chicos subiendo la carretera en bicicleta mientras Nas les pregunta “Who's world is this?” y el viaje en tren con Gil Scott-Heron.

Lo peor: que acaba muriendo en su propia propuesta