Carta a una desconocida
por Gerard CasauA priori, los mundos de Pedro Almodóvar y Bruce Springsteen no deberían guardar demasiada afinidad, pues representan estéticas y culturas muy distintas. Sin embargo, si hubiera que pensar un título alternativo para Julieta (o una variante para el mercado internacional, del mismo modo que Los amantes pasajeros se convirtió en I'm So Excited! en honor al tema de The Pointed Sisters que sonaba en el film), este bien podría ser The Ties That Bind, como la canción que abría The River hablando de esos lazos que, aunque a veces los ignoremos, resultan inquebrantables. Y es que la última obra de Almodóvar trata precisamente de una cadena de afecto entre padres (y, sobre todo, madres) e hijas que se enrosca hasta la asfixia y el dolor, pero que permanece a pesar de los intentos de los personajes por librarse de ella.
De hecho, Julieta debería haber portado como título otra palabra, Silencio, como el último de los tres relatos de Alice Munro en que se inspira (según declaraba el director manchego, el cambio de título fue motivado por la coincidencia nominal con la nueva película de Martin Scorsese, Silence). El universo de la Nobel canadiense lleva tiempo rondando al autor de Hable con ella, quien ya puso uno de sus libros, Escapada (justamente, aquel de donde proviene la materia prima de Julieta), en manos de Elena Anaya en La piel que habito, en lo que parecía uno de esos tributos directos con los que el cineasta ha ido construyendo su altar particular a lo largo de los años, transfiriendo su (buen) gusto a los personajes. Pero en esa ocasión se trataba de algo más profundo, pues el director llevaba unos años tratando de adaptar sin éxito a la escritora, así que la inclusión de su nombre en las imágenes de La piel que habito podía entenderse como un intento límite de incluirla en su circulo.
La historia de Juliet(a), viuda de un pescador que, un día, descubre con horror que su hija ha interpuesto un abismo entre ellas, iba a ser la base del largamente acariciado, y hasta hoy nunca consumado, debut de Almodóvar en lengua inglesa. Una película que debía rodarse primero en Canadá, y luego en el Estado de Nueva York, y que quedó en hibernación hasta que el cineasta probó de mudarla a escenarios peninsulares. El progresivo alejamiento del hogar de Alice Munro se fue traduciendo, también, en una mayor libertad a la hora de traducir a la autora (con todo, el primer relato, Destino, sí está adaptado con notable fidelidad). El cambio de paisaje se concreta fundamentalmente en tres localizaciones: Madrid, y sendos pueblos de Galicia y Andalucía, con Julieta desplazándose de uno a otro en largos y extenuantes viajes en tren y autocar, que dan la medida de cuán lejos quedaban las cosas en España antes de que los trenes de alta velocidad y los vuelos low cost nos inculcaran una proximidad ilusoria. Esto proporciona al film sus colores, su luz, y su movimiento, aunque no, curiosamente, su voz: todo acento queda neutralizado, excepto el del argentino Darío Grandinetti.
Este trajín constante también contribuye a la sensación de alud temporal que desprende Julieta. No es la primera vez que Almodóvar fragmenta sus historias empleando saltos temporales, pero nunca hasta ahora había hecho de este recurso algo un elemento central y constante. En los concisos 95 minutos que dura la película, conocemos tres décadas en la vida de la protagonista (las mismas que el director lleva haciendo cine), desplazándonos hacia delante y hacia atrás a medida que Julieta avanza e interrumpe esa larga carta en la que derrama cómo se han degenerado y roto sus relaciones (con su padre, con su marido, con su hija ausente). El relato queda violentado por elipsis, pero Almodóvar trata esta discontinuidad con un tacto que le permite insertar un precioso paréntesis onírico-naturalista, en el que la madre enferma de Julieta recobra la lucidez, sin que a nuestra mirada le extrañe (ni moleste) ese sueño feliz, y, sobre todo, culminar el tránsito entre las edades del personaje principal -esto es, entre los rostros de Adriana Ugarte y Emma Suarez- con una sencilla idea lírica que expresa con claridad meridiana el envejecimiento no ya de un cuerpo, sino de un alma a la que, de pronto, todo le pesa.
Esta multitud de agujeros invisibiliza muchos de los momentos clave de la historia (nacimientos, muertes, confesiones, cambios de actitud...), desespectacularizando y, también, dotando a Julieta de su peculiar homogeneidad; como un vaciado silencioso por el que se fugan explosiones trágicas y desvíos humorísticos para quedarse, solamente, con la esencia de lo que el cineasta ha querido llamar un drama “seco”, sin lágrimas. Una magnífica implosión representada en pantalla por el leve temblor en el párpado de Emma Suárez mientras convierte su dolor largamente amortiguado en palabra escrita, y que Almodóvar decide rematar contrariando expectativas, proponiendo no un cierre, sino una apertura de infinitas posibilidades.
A favor: Su perseguida contención no equivale a una caída en lo convencional, ni en lo previsible.
En contra: Que la oleada de sorna y antipatía que puedan provocar los Papeles de Panamá empañe los logros de la película.