Críticas
3,5
Buena
Milla 22

Mercenarios sin Gloria

por Marcos Gandía

En uno de los, escasos, momentos en los cuales Milla 22 le da un respiro a un público sobrepasado por escenas de acción hiperrealista y crueldad ideológica, el personaje de Mark Wahlberg mira a su alrededor, a sus hombres-peones en un juego mortal del que desconocen las reglas y las claves, y se pregunta quiénes son los buenos y los malos. No hay respuesta para ese soldado secreto, ese mercenario sin

gloria, incapaz ya de saber si está haciendo lo correcto o no. Milla 22, la película, sí que nos contesta a nosotros, a los espectadores, pero no con algo que nos tranquilice o que nos alumbre. Al contrario, nada de lo que nos cuenta, y cómo lo hace, nos deja con algún atisbo de alivio moral: todos, sin excepción, somos el lado oscuro de la luna. Ni siquiera muestra el film una suerte de aceptable condescendencia hacia sus ¿héroes? atrapados en una espiral de ejecuciones de estado, misiones suicidas y saltos continuados entre lo correcto y lo incorrecto. Las notas (olvidables a la postre) sobre la vida civil de los personajes (algunas de ellas directamente melodramáticas: el tema de la separación y la custodia de una hija), lejos de humanizarlos les convierte en psicópatas, desequilibrados que hallan en la violencia su manera de ser.

Nada de esto debería sorprendernos en el cine de Peter Berg, menos en sus colaboraciones (ésta es la cuarta) con Wahlberg. Aunque sistemáticamente se le acusa de fomentar un discurso reaccionario, individualista y patriotero, cuando se ve sin prejuicios (y sin tenerle en cuenta cómo termina muchos de esos films: imágenes documentales de los protagonistas reales de las historias que ha recreado) su

obra asistimos a una nada complaciente descripción del inmenso purgatorio en el que se ha convertido la sociedad norteamericana. Las acciones que este grupo salvaje de talante mercenario, a las órdenes de mandos intermedios de agencias del gobierno o paragubernamentales, son vistas por ellos al principio como una cruzada a favor de la libertad. Sin embargo, igual que las tropas atrapadas y masacradas en

el Afganistán de El único superviviente o los policías a la caza de dos miserables y patéticos terroristas en Día de patriotas, los fines no justifican los medios, y tanto víctimas como verdugos acaban en el mismo círculo del Infierno.

Milla 22 te provoca, a nivel ideológico, un continuo zarandeo. Hace perderse en la locura a su carne de cañón (un tanto a los espectadores, eso también es verdad) en esas maniobras incomprensibles de la geopolítica actual. Y les sacude físicamente. Lo mejor vuelve a ser, como es habitual en la filmografía de Peter Berg, la crudeza de su violencia. Las secuencias de acción, en especial los enfrentamientos cuerpo a cuerpo, coquetean con el gore. Pero en ese dolor, ese quebranto del hueso y la carne, quizás se halle el mensaje de la película.