Como el enigma de una foto movida
por Carlos LosillaOliver Laxe ya forma parte incontestable de una cierta cultura española instalada en el exilio. Sobre todo a partir de la guerra civil, ciertos artistas y literatos, filósofos y cineastas de este país siempre azotado por malos vientos, han elaborado su obra desde algún lugar que no eligieron desde el principio. Primero fue la huida forzosa, como es el caso de Luis Buñuel. Y luego eso que llaman el “exilio interior”, o bien el viaje a ninguna parte que significa instalarse en otro país, o quizá acoger su cultura, rechazando de algún modo la propia, aunque solo sea nominalmente: de Adolfo Arrieta a José Luis Guerin, por citar solo dos nombres señeros y muy distintos. La hornada más joven y rebelde del cine español parece también tocada por este estigma. En los dos últimos años, sin ir más lejos, Albert Serra viajó a Francia para hacer La mort de Louis XIV, Mauro Herce se embarcó en aguas internacionales para filmar Dead Slow Ahead, Velasco Broca contó la India desde Nuestra amiga la luna y el propio Laxe (Lage es su nombre real: ¿otra renuncia a los orígenes?) nos ha entregado Mimosas a partir de su retiro magrebí, del que ya surgió Todos vosotros sois capitanes, su primer largometraje. Sea como fuere, esta película no puede entenderse sin apelar a un universo cultural y religioso que no es el nuestro, aunque es muy sencillo introducirse en ella, dejarse llevar, a partir únicamente del placer del relato y el fluir de las emociones.
En el principio fue la aventura. Un sheik y su séquito efectúan un largo viaje a través de las montañas del Atlas, en lo que parece una peripecia adyacente a muchas otras que ya Hollywood fijó en nuestra memoria, de La patrulla perdida a El hombre que pudo reinar. A la vez, una especie de vagabundo que podría ser también un líder espiritual es contratado para prestar ayuda a ese grupo humano. ¿Viene de otra época? Es posible. ¿Forma parte de un universo paralelo? También puede ser. ¿Me estoy equivocando? Seguramente. Mimosas es simple como un cuento sufí y compleja como una mezquita, de modo que Laxe se erige a la vez en narrador y en testigo de una odisea que transita por el polvo de las rocas y por el alma de los viajeros, pero todo ello sin aspaviento alguno, haciéndonos vivir ese trayecto con la emoción que merece y sumergiéndonos en su trasfondo como si se tratara del revés de una alfombra persa. Y de ahí surge otro viaje en el tiempo, el que efectuamos nosotros mismos, como espectadores, hacia los orígenes del cine clásico y luego, de vuelta, hacia las profundidades más sinuosas del cine contemporáneo. No debe resultarles extraño, en este sentido, que Mimosas me parezca que viene tanto de Pasaje al noroeste, aquella obra maestra de King Vidor, como de la Jauja de Lisandro Alonso, otra gran película de aventuras que termina en estrambote existencial. En cualquier caso, el héroe de la película de Laxe pertenece a esa estirpe de aventureros que se niegan a creer en la realidad hasta que la transforman: su fe es verdaderamente revolucionaria.
Y es en ese momento cuando nos acordamos también de los místicos de estas tierras, de la “noche oscura del alma” de Juan de la Cruz o el “camino de perfección” de Teresa de Ávila. ¿Será Mimosas una película más española de lo que parece? En sus imágenes terrosas, en su trama esquinadamente cervantina, en esa narración que evoca tanto los libros de caballerías como los tratados espirituales, encontramos un deseo de huida constante que también nos lleva hasta Juan Goytisolo y su Reivindicación del conde don Julián, cuando el novelista decidió renunciar a sus “señas de identidad” y traspasar los umbrales de otra cultura. Pues bien, igual que hace con el tiempo, o con los géneros, la película de Laxe se mueve también en tensión entre dos ámbitos muy distintos, entre dos culturas, aquella que pretende olvidar y a la que no puede dejar de regresar, por un lado, y aquella que desea abrazar pero se les escapa constantemente de entre los dedos, por otro. Miren ustedes por dónde, hablando de identidades y pertenencias, a Laxe le ha salido, quizá sin querer, una película acerca del desarraigo, de un paseo entre culturas que termina en el limbo, de una mezcla de estilos que acaba inventando otro que no pertenece a nadie más, incluso de una época del cine –la nuestra— que viene del pasado y va hacia el futuro sin encontrar jamás una estabilidad… Pues bien, esa evanescencia y ese movimiento constante provocan que acabemos viéndolo todo como en un sueño, como las imágenes mentales de una narración que alguien nos está contando para que de una vez conciliemos el sueño. Mimosas no se parece a ninguna otra película del cine actual porque cada uno de sus planos surge de una convicción extrema en aquello que se filma. Pero a la vez es un relato profundamente contemporáneo porque resulta inasible, o mejor, porque se puede ver desde distintos puntos de vista sin que se resienta su coherencia. Mimosas, en fin, es una de las películas españolas más misteriosas, y por eso bellas, de los últimos tiempos.
A favor: Puede contentar a todo el mundo, a quien busque una aventura y a quien quiera ir más allá de ella.
En contra: Si el espectador se pierde en sus meandros, es difícil que regrese al buen camino.