Críticas
2,5
Regular
Como perros salvajes

Los parias de Hollywood

por Gerard Casau

“A lo largo de mi carrera he trabajado en algunas películas importantes, pero Como perros salvajes no es una de ellas”. Esta frase, pronunciada por Paul Schrader en una entrevista reciente con el periódico británico The Guardian, prácticamente anula el trabajo del crítico que deba valorar o analizar el último filme del director de American Gigolo: más nos valdría tragarnos las disquisiciones y disfrutar de Como perros salvajes en la medida que lo permita su irrelevancia, parece decirnos Schrader. Y aunque a lo largo de la historia del cine no han faltado los autores que gustaban de burlar a crítica y público relativizando la relevancia de sus hallazgos y desviando la atención hacia puntos más anecdóticos; una maniobra de distracción que quiere preservar la frescura de la obra. Lo particular de este caso es que Schrader no parece tener tiempo, ganas ni necesidad de hacerse el modesto, y simplemente se está limitando a diagnosticar la realidad de su trabajo: esta es una película menor, y debe ser tratada como tal.

La semilla de Como perros salvajes se plantó en un momento perfectamente localizable: en 2014, el director encaró con ganas el proyecto de Caza terrorista, un thriller que le concedía la oportunidad de trabajar por primera vez con Nicolas Cage. Pero, durante la fase de postproducción, los inversores le arrancaron la película de los brazos para darle una forma que no coincidía para nada con las intenciones del cineasta. Tras esta amarga experiencia, Schrader y Cage se comprometieron a colaborar en un nuevo filme, y esta vez tendrían un control total del proceso creativo. La materia prima de esta empresa despechada fue la novela de Edward Bunker “Perro come perro” (Bunker, escritor hard boiled de vida extrema, fue también el Sr. Azul de Reservoir Dogs, y trabajó como asesor “criminal” de Michael Mann en Heat), un relato que une a tres criminales de baja estofa en una trama mercurial, y que Schrader entiende como banco de pruebas para probar todas las ideas formales que se le ocurran: de los colores saturados al blanco y negro, de la violencia sucia a la ensoñación puramente cinematográfica, donde la luz y la niebla son todo el decorado que se necesita. Pero la inconstancia de Como perros salvajes no resulta desafiante ni particularmente sorprendente (sobre todo cuando recurre a trucos como el “montaje de subidón” que patentó Réquiem por un sueño, y que desde entonces ha sido usado hasta la extenuación tanto por alumnos de escuela de cine como por directores con la inspiración en horas bajas), y simplemente resta puntos en la implicación que, como receptores, podamos tener con esta farsa noir.

En cualquier caso, si por algo resulta destacable Como perros salvajes, es porque parece indicar que  el hogar actual de Paul Schrader se encuentra a la contra de las grandes producciones. De este modo, el director, que ya había manejado una lógica de off-Hollywood en la mucho más interesante The Canyons, parece seguir los pasos de otros grandes nombres del Nuevo Hollywood que, en la fase otoñal de sus carreras, se han revitalizado en los márgenes de la industria, como es el caso de Francis Ford Coppola o William Friedkin (aquel al que la maniobra parece haberle dado mejores resultados). Tampoco parece casual que el reparto del filme esté encabezado por Nicolas Cage y Willem Dafoe, actores que han ido perdiendo el aura de estrellas para convertirse en presencias excéntricas del mainstream, y que encajan de maravilla en proyectos como este, que seguramente sean más beneficiosos y oxigenantes para sus responsables que para el espectador. A fin de cuentas, y tal y como Schrader la resumió al presentar Como perros salvajes al público de Cannes, la filosofía del rodaje fue esta: “no tenemos dinero para hacer esta película como Dios manda, así que hagámosla como nos dé la gana”.

A favor: Posee una agradecida incorrección política.