El infierno son los otros
por Daniel de PartearroyoDespués de una prolífica carrera en el campo del cortometraje, el director turco Can Evrenol decidió inflar su última pieza corta, Baskin (2013), hasta convertirla en su homónimo debut en el largo manteniendo la misma constante argumental: un grupo de policías responde una llamada de emergencia que les lleva a adentrarse sin saberlo en el mismísimo Infierno. Baskin, en su versión largometraje, conserva el planteamiento pero dilata el resto de elementos, especialmente todo lo relacionado con la imaginería gore de escenas grotescas y torturas infernales a las que se ven sometidos los protagonistas una vez que atraviesan las puertas infernales de la abandonada comisaría de policía de la localidad de Inceagac, donde caen presa de un culto satánico que sella su terrible destino.
Evrenol divide la película en dos segmentos diferenciados. Por un lado, la presentación de personajes durante una cena, donde conocemos a los cinco protagonistas mientras mantienen distendidas conversaciones de camaradería en la línea del inicio de Reservoir Dogs (Quentin Tarantino, 1992), pero sin profundizar demasiado en quienes, a fin de cuentas, no tardarán en convertirse, literalmente, en vacías carcasas de carne de cañón para un espectáculo de pirotecnia sanguinolienta. El moroso avance argumental de primera mitad, confundido con la cocción lenta de los referentes del giallo más verbenero donde busca reflejarse el filme, cambia abruptamente cuando el quinteto de policías tiene un accidente de carretera y termina llegando a su destino. En la segunda mitad, Baskin recurre a la abstracción argumental para encadenar una serie de viñetas truculentas que se agotan en su propio impacto visual.
El potencial onírico de Pesadilla en Elm Street (Wes Craven, 1984) o la imaginación despiadada de Hellraiser (Clive Barker, 1987) son referentes evidentes de cuyo influjo Baskin se queda lejos, por muchas notas que tome de la viscosidad anatómica de Lucio Fulci y su exploración de concavidades oculares. Al final, después de tanto fuego de artificio y condena, el carnaval de las almas que la película busca abrasar en las llamas eternas llega a calentar menos que un infiernillo.
A favor: El planteamiento inicial, de espíritu Reservoir Dogs.
En contra: La absoluta dependencia del impacto gore de las imágenes de una segunda mitad insustancial.