Críticas
3,5
Buena
Crudo

Crudo

por Violeta Kovacsics

La obsesión de la cineasta Julia Ducournau por la faceta más orgánica y cruda del cuerpo humano no es nueva. En su cortometraje Junior, mostraba la transformación física de la quinceañera Justine. Aquella pieza estaba protagonizada por una jovencísima Garance Marillier, que en Crudo encarna a otra chica llamada Justine, virgen, vegetariana y flamante estudiante de veterinaria. Ni el nombre, que parece evocar a la Justine del Marqués de Sade, ni las circunstancias que envuelven a la chica son detalles banales. De Sade, Ducournau toma lo orgánico, la carga sexual, eje vertebrador de una película que relata el paso a la adultez de una universitaria, sus primeros flirteos con el deseo, con lo social, con alcohol y, sobre todo, con la carne. Porque, en Crudo, todo pasa por la carne, por el cuerpo cambiante de Justine, por los filetes crudos que esta se come cuando su vegetarianismo desaparece en favor de un voraz apetito por la sangre y, finalmente, por el cuerpo del otro, convertido no solo en objeto del deseo sino también en suculento manjar para la protagonista.

Como en Junior, estamos ante una transformación. De hecho, podríamos hablar de Crudo como de una película de monstruos en la que el monstruo es esencialmente humano. En este sentido, la película procura instalar lo fantástico en el terreno de lo real. La facultad de veterinaria, por ejemplo, parece por momentos un lugar propio de otro mundo o, mejor dicho, un universo único, regido por sus propias reglas. Ducournau filma la transformación de manera directa, pegada al cuerpo de la protagonista, a su apetito, a los deseos que no puede reprimir. Su retrato de la violencia resulta frontal, privilegiando así la faceta más orgánica de un cuerpo que es carne y es fluidos.

“Mi manera de ver el cuerpo de la mujer es animal, tribal”, decía Ducournau en una entrevista que le hice para el festival de Sitges. No es casual que el despertar carnívoro de la protagonista se produzca tras una prueba de iniciación, en la que Justine se ve forzada por su hermana mayor a comer carne cruda. Esta idea, la de iniciación, recorre toda la película, que traza el trayecto de una joven que abandona las convicciones familiares –el vegetarianismo– y se lanza a una suerte de autoconocimiento –el canibalismo como pulsión, como esencia de su persona–. El terror revuelve así los lugares comunes de los relatos de despertar sexual, en una alegoría que recuerda a It Follows, otra película clave del terror más reciente.

A favor: su actriz, la frontalidad con la que revela la transformación del cuerpo.

En contra: que quizá se hable de la polémica que la rodeó en su proyección en Toronto.