Críticas
3,0
Entretenida
Las furias

Secretos de familia

por Marcos Gandía

Ha pasado injustamente desapercibida por nuestras carteleras la estimulante y a contracorriente El tiempo de los monstruos de Félix Sabroso. Juego de ficciones, de sombras y de reminiscencias teatrales a pesar de centrarse en el medio cinematográfico, de ser una película que habla en el fondo del cine, de la creación cinematográfica, la película de Sabroso recordaba en su estructura de malvado y lúdico encierro de personajes en busca de un autor a una de las más de culto (y desconocidas, odiadas, olvidadas… Elijan la palabra que más les convenga) obras que alumbrar el nunca del todo abarcable y bien ponderado cine de los años 70: El fin de Sheila, thriller metarreferencial, teatral y cinéfilo urdido por Herbert Ross y Stephen Sondheim.

Hay asimismo mucho de ese juguete macabro, cómico, dramático (que era el armazón de la muy 'bitchie' y tierna en su sustrato El tiempo de los monstruos) en el debut como director de cine, tras una larguísima experiencia sobre los escenarios teatrales, del autor de esta también estimulante, excesiva y más interesada en el lenguaje del odio, de la sumisión, de la culpa, la venganza y el pasado que en una narración tan lineal como conformista. Abocada (y ojalá me equivoque: los jurados en festivales y mucha parte de la crítica la han amado) al fracaso y, lo que es peor, a la indiferencia o a la incomprensión del público, Las furias, a pesar de algún que otro disculpable balbuceo en el tono, de un montaje que podría haber sido mejor (le sobran veinte minutos largos), posee la valentía de ser rara avis y de no perseguir el favor del espectador vía lo más convencional y facilón.

Tragedia clásica tal como su título nos deja adivinar, veo en ella más un enfrentamiento antropófago y violento entre los lenguajes del teatro y el cine, sus mecanismos y sus éticas reformuladas casi como un thriller de mal rollo familiar digno del Dogma más cabrón (el de la Celebración de Thomas Vinterberg) que como uno de los dramas familiares con ajustes de cuentas del francés Arnaud Desplechin. En Las furias los personajes (un elenco de intérpretes a cada cual mejor) siguen yendo a la búsqueda de un autor (el padre: José sacristán, sencillamente inmenso), pero para matarlo. Como el cine quiso matar al teatro y mucho teatro moderno ha querido matar al cine. Se agradece ese hilo subterráneo que, más allá de lo esperpéntico, nos lleva a un final tan abstracto como delirantemente apasionante.

A favor: hablar en el fondo sobre lenguajes dramáticos más que sobre hechos dramáticos.

En contra: el miedo a cortar de su director.