Críticas
3,0
Entretenida
Una mujer fantástica

Me llamo Marina, Marina Vidal

por Quim Casas

La mujer casada (1964), de Jean-Luc Godard, se estrenó tarde en España, en 1976, por razones de censura, y lo hizo con la no tan ligera modificación del título, que pasó del artículo indeterminado del original (Une femme mariée) al determinado, La mujer casada, que era en realidad como Godard la había concebido originalmente. La prohibición española durante doce años sirvió, en fin, para restituir el espíritu original del filme. Según los otros censores, los franceses, igual de paranoicos, Godard hablaba de la mujer casada como universalización del adulterio femenino y convenía constreñirlo a una sola mujer, un caso aislado, un artículo indeterminado.

Sebastián Lelio empezó el rodaje de Una mujer fantástica con el título de La mujer fantástica, pero con buen criterio, y al revés del caso Godard, en la fase final del montaje decidió cambiar el determinado por el indeterminado. Existen muchas mujeres fantásticas; esta es la historia de una de ellas. Pertenece a la globalidad, no es un caso puntual, pero Lelio decide aislarlo sintáctica y dramáticamente para explicar mejor su lucha y su soledad. Porque de eso trata el filme del director de Gloria –uno de los nombres más propios del actual cine chileno junto al de Pablo Larraín–, ya embarcado en la aventura estadounidense con la realización de Disobedience, con Rachel McAdams y Rachel Weisz. En todo caso, ni Godard ni Lelio pensaron en el plural, lo que es sintomático; no tratan de mujeres casadas ni de mujeres fantásticas. 

La protagonista de Una mujer fantástica remarca que se llama Marina, Marina Vidal. El virilizado agente 007 le daba más importancia al apellido, Bond, James Bond. Marina, en cuya célula de identidad aún figura el nombre previo a los trámites legales, el de José, remarca el nombre porque esa es su seña de identidad; sí se siente, así piensa y respira. Así, también, lo entendía Orlando, su compañero sentimental, treinta o más años mayor que ella. Nadie más en la película, salvo el viejo profesor de canto al que acude tanto para cantar como para hallar un poco de afecto sincero, acepta la transformación de la identidad sexual como algo natural. Pero Orlando muere y Marina no quiere ceder en sus derechos básicos. El más importante de ellos es acudir al funeral de su pareja pese a que la ex esposa no quiere verla, los hijos y amigos la humillen y el hermano de Orlando, en un gesto comprensivo pero insuficiente, pretenda enviarle una parte de las cenizas del fallecido a cambio de que no aparezca en el entierro; a cambio, en definitiva, de su silencio, de mantener las formas de la normalidad. 

Normal lo es, por supuesto Marina, personaje bien construido por Lelio (buen creador de personajes femeninos como ya demostró en Gloria) y mejor interpretado por Daniela Vega. ¿Conviene decir que Vega es transgénero? Se ha escrito en prácticamente todos los textos dedicados al filme que así es, pero no creo que deba ser esencial. No se trata de un documento restringido, sino de una ficción global que habla de todas las Marinas y de todas las Danielas. Hemos dicho que Lelio construye buenos personajes femeninos. No es una contradicción. Una mujer fantástica resalta las cualidades femeninas del personaje protagonista, pero no es tanto una película reivindicativa y militante de la transexualidad –aunque esa pueda ser una de las razones de su existencia– como una reivindicación de la libertad en el contexto (social, genérico, sexual) que sea. E incluso se permite lo que en apariencia serían licencias: la 'desviación' argumental con la llave del armario de la sauna que frecuentaba Orlando –dentro del cual se adentra la cámara como si fuera uno de los agujeros oscuros del cine de Lynch–, una llave que abre nuevas puertas sin intentar cerrarlas en ningún momento. Marina, rebelada tras ser José. Una mujer fantástica. No la mujer fantástica. 

A favor: El tono sosegado incluso en los momentos más violentos. 

En contra: Que sea contemplada 'solo' como un filme militante.