La chica muda y el monstruo del océano
por Alejandro G.CalvoSe abre La forma del agua como si de un cuento de hadas se tratara: una voz en off nos introduce en la historia de Elisa, chica muda y solitaria –sus únicos amigos son un anciano vecino homosexual y su parlanchina compañera de trabajo en el servicio de limpieza de unos laboratorios secretos del gobierno- que acabará conociendo y entablando algo más que una amistad con un hombre-pez, mitad Mesías acuático, mitad monstruo del océano abisal.
En un espacio retro-futurista (con su puntito steam-punk), pues estamos en un pasado (años 60) 100% fantastique –una buena manera de imaginar la forma de la película es retrotraerse a como el cine de los años 40 y 50 solía imaginar el futuro a través de su imaginario fantástico-, la protagonista (con cicatrices en el cuello que recuerdan a unas branquias) atrapada en la rutina diaria de cocerse huevos, masturbarse en la bañera, visitar a su vecino para ver musicales clásicos e ir y volver del trabajo, es más feliz en el mundo de los sueños que en su monótona realidad diaria. Vaya, que es fácil imaginar a Guillermo del Toro proyectándose en ella, porque, ¿quién quiere vivir la vida real cuándo es mucho más bella vivirla dentro de las películas? Y es que del Toro lleva desde Cronos (1993) declarando su amor al cine, por el cine y para el cine, a través de una obra que, anclada en el fantástico, visita todos aquellos lugares de placer donde el cineasta se formó como cinéfilo apasionado: monster movies aterradoras –Mimic (1997)-, películas de fantasmas con trasfondo social –El espinazo del diablo (2001)-, el cómic y los superhéroes –Blade II (2002), Hellboy (2004)-, los kaiju-eiga –Pacific Rim (2013)-, los films de terror gótico –La cumbre escarlata (2015)- y las fairy tales que beben tanto de los hermanos Grimm como de Lewis Carroll –El laberinto del fauno (2006)-.
Con La forma del agua regresa al universo de los cuentacuentos cogiendo elementos que vienen tanto del cine con mad doctors, el pulp que trabajaba el mundo de los espías y la guerra fría y las películas con criatura amenazante que mezclaban terror con romanticismo –desde la seminal King Kong (1933) hasta películas como El caimán humano (1959) o La mujer y el monstruo (1954); de hecho, la película de Jack Arnold sigue siendo el patrón estético de cualquier humanoide marino que se precie-. Como La bella y la bestia (1946) de Jean Cocteau (la mejor de todas las versiones), La forma del agua es un cruce sublime entre el fantástico y el romántico; sin necesidad de tener a una joven que siga el canon de la belleza de pasarela –Sally Hawkins, la maravillosa actriz protagonista, ha pasado la barrera de los 40 y si resulta fascinante en la obra es por saber congeniar fragilidad, inocencia, valentía y amor absoluto- y haciendo creíble (y emocionante) una historia de amor en los límites de la realidad.
El amor sobrenatural –hay casos espectaculares en la historia del cine: Una historia china de fantasmas (1987) o Déjame entrar (2008), serían buenos ejemplos- sería el corpus sobre el que pivotaría el resto de la acción de una película que tiende a radicalizar los perfiles de sus protagonistas (es perfecto que Del Toro escogiera a Michael Shannon y a Michael Stuhlbarg para ser, respectivamente, el villano de la función y el reptiliano mad doctor) para que el tono pulp de la obra se mantenga en todo momento.
Uno podría pensar que si La La Land (2016) era el particular homenaje del Hollywood contemporáneo a los musicales de Vincente Minelli, quizás La forma del agua sirva para homenajear las excitantes películas fantásticas de serie B de los años 40 y 50, pero lo cierto es que la película de del Toro va mucho más lejos que la de Chazelle a la hora de erigirse como un título que sirva tanto como espejo del pasado y como referente para futuras películas. Pues si bien La La Land se limitaba a mimetizar gestos vistos antes sin aportar nada nuevo al asunto, La forma del agua logra converger influencias, reinventar los tópicos del género y asentarse como una cult movie contemporánea de la que, estoy seguro, beberán muchos cineastas a lo largo de los próximos años.
A favor: La secuencia con el baño inundado.
En contra: Lo cierto es que no se me ocurre nada.