Críticas
4,0
Muy buena
Los fantasmas de Ismael

El creador perturbado

por Israel Paredes

Ismaël Vuillard (Mathieu Amalric) apareció por primera vez en Reyes y reina (2004); también era el apellido de la familia de Un cuento de Navidad (2008), en donde aparecía, a su vez, Paul Dédalus, quien ya lo hiciese por primera vez en Comment je me suis disputé... (ma vie sexuelle) (1996), y, después, en tres tiempos e interpretado por tres actores en Tres recuerdos de mi juventud (2015). En Los fantasmas de Ismael ambos personajes, más Ivan Dédalous (Louis Garrel), vuelven a aparecer creando conexiones con la obra anterior de Arnaud Desplechin, quizá, de una manera mucho más personal y autorreferencial que en aquellas, como una nueva pieza en una obra llena de coherencia y conexiones internas

Lo anterior puede convertir a Los fantasmas de Ismael en una película, al menos en cierto sentido, demasiado dependiente de la referencialidad con respeto a su director. Esto no quiere decir que estemos ante una película críptica, no al menos de manera amplia, pero sí que adolece de una cierta (auto)complaciencia que, si bien no ahoga sus muchas virtudes, sí ocasiona que presente cierta artificialidad, la cual, por otro lado, suele surgir en títulos como Los fantasmas de Ismael en los contornos del llamado cine autoral: cineastas que usan el medio como (auto)reflexión, que indagan sobre su posición creadora y para exponerse a través de diferentes alter egos. Algo que resulta interesante, pero que no deja de imponer la necesidad de conectar con el cineasta en cuestión para apreciar el resultado y, por el contrario, puede ocasionar reacciones opuestas debido a cierta afectación. Sobre todo, como en el caso de la nueva película de Desplechin, tan adherida a esa referencialidad, el espectador puede desconectar de ella con demasiada facilidad o sentir distancia con algunas de las ideas planteadas. 

A pesar de lo anterior, Los fantasmas de Ismael es una película notable en muchos aspectos y, precisamente, en ciertas cuestiones derivadas de lo anterior, dado que Desplechin, a la hora de desplegar los mecanismos de la creación como vehículo para exorcizar traumas y fantasmas interiores, plantea una película abiertamente fragmentaria en su construcción, por momentos de cierta abstracción visual y narrativa, de continúas fugas y virajes, con un sentido de ruptura del relato que, todo sumado, da como resultado una obra de imprecisiones y de irregularidad, caótica por momentos. Características que ayudan a dotarla de singularidad y de cierta fascinación, a pesar de su larga duración, con pasajes que ralentizan su ritmo, algunos incluso espesos, que dan la impresión que solo tienen sentido en la mente del cineasta. Y es más que posible que así sea. 

Los fantasmas de Ismael, en cualquier caso, propone una película abierta en varias direcciones, con un tono tragicómico bien medido, con un trabajo visual elegante y cuidado basado en una puesta en escena que juega con los espacios y los cuerpos, conformando un territorio cinematográfico tan ilusorio/onírico como real/tangible. Diferentes capas de significado se dan la mano en una película que supone una pieza más en una filmografía fascinante, la de Desplechin, a pesar de esa (auto)condescendencia que lastra las claves de su ficción. Sin embargo, Los fantasmas de Ismael propone un viaje, precisamente, hacia los contornos de la ficción en diferentes esferas, a cómo la realidad puede no solo nutrirse de lo ficcional, también acabar formando parte de una mirada –peligrosa- hacia el mundo, cuando a la hora de crear algo se pierde el sentido de lo real. Aunque Desplechin se acerca a esta idea desde una postura muy precisa y personal no es complicado extrapolarla hacia una realidad, la nuestra, en la que las ficciones personales acaban creando desvíos, cuando no desvaríos, de identidades y realidades. 

A favor: El sentido de libertad creativa que despliega Desplechin en toda la película y en el juego que plantea entre diferentes esferas tanto reales como ficcionales. 

En contra: A pesar de contar con un buen reparto, actores y actrices parece sujetos a los patrones interpretativos que se espera de aquello que representan. Y eso lastra gran parte de la potencia de los personajes.