Desvivir rodando
por Marcos GandíaEl pasillo de una importante productora nacional recorrido por una cámara subjetiva que pasa ante afiches de éxitos para fundirse en el negro del fracaso. Un director de cine comiendo mandarinas en una habitación de hospital mientras su mirada se halla perdida en algún plano pensado, dibujado pero jamás rodado. Seguramente en pocas ocasiones se había acercado el cine a la épica del infortunio como en este experimento en el post humor y la cinefilia que nos propone el inclasificable Carlo Padial con Algo muy gordo. Que se estrene poco más de un mes antes que la excelente The disaster artist de James Franco hermana en el espacio del antiguo celuloide a amabas locas aventuras vampíricas y caníbales en eso de querer hacer cine.
En un nivel de linealidad tan cómica como cercana, el nuevo largometraje del autor de Mi loco Erasmus se presenta como un diario verité, una bitácora documental (no sé si falso o el más sincero que este cronista pueda recordar) sobre el proceso de filmación de una película mutante. Cine dentro del cine que Padial, con la complicidad absoluta del actor Berto Romero, asimismo colaborador en el guión, desnuda inteligente y voluntariamente al presentarlo todo de manera minimalista: decorados vacíos ocupados por interminables chromas verdes, ausencia de atrezzo o presencia de algo similar que el profesor Franz de Copenhague del TBO habría aplaudido. Y ahí, desnudos, los actores, ridículos en sus esquijamas con sensores, amándose, odiándose o sintiendo celos (el maravilloso momento de Berto observando como Miguel Noguera viene a robarle la película). Pero sobre todo amando el cine. La película es una declaración de amor al cine, a dejarse la piel en un sueño, en un proyecto y como todo se pone en contra, como los efectos especiales no funcionan, las explosiones son a destiempo, los intérpretes se rebelan y el director es devorado por su ego y sus miedos. La noche americana del humor absurdo autorreflexivo, eso podría definir a Algo muy gordo.
Pasando de las secuencias absolutamente despiporrantes (la fiesta del ecuador de rodaje, los bailes de Berto con los enanos, las reflexiones logorreicas del siempre callado en la ficción Javier Botet…) a las de una melancolía que te toca el corazón (ese final a lo Esplendor en la hierba que incluso cuenta con la aparición de la pareja, y madre de sus dos hijos, real del director, la deliciosa y colega –aunque uno no le llegue ni a la suela de sus zapatos- Desirée de Fez), como lo hace la escena de la llegada de la familia de Berto Romero al rodaje: un instante de felicidad y orgullo, justo cuando el film empieza a salir adelante (no se sabe hacia dónde, pero adelante) que es imposible que no emocione a nadie. Ojalá el público conecte con esta insólita propuesta tan marciana en apariencia como devota de cierto humor surrealista y bis. Porque… ¿no sería el Eddie Murphy de Atrapado en un pirado o Bowfinger, el pícaro el candidato ideal para el remake USA de Algo muy gordo?
A favor: El profundo y loco amor por el cine que destila.
En contra: Su radical voluntad de ir contra las expectativas de cierto público.